Ayer toco vuelta a la realidad, después de unos días de descanso.
Es martes, y mi agenda está completo, toca día intenso, ni siquiera ha habido tiempo para relajarse en la comida que se lleva a cabo con unos clientes...
Regreso a la oficina, el edificio está en penumbra, mis tacones resuenan sobre el suelo de madera mientras avanzo hacia mi mesa. Tomo asiento y solo escucho lejano el tecleo de un ordenador y música de Dire Straits difuminada por los paneles a medio montar de mi nuevo despacho. Me gusta trabajar a estas horas, concentrarme en mis cosas, tranquila, tras un café con hielo.
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Apague la luz, con decisión, al igual que conecté la alarma, como tantos días. Entonces, crucé la puerta y salí del despacho, sin mirar atrás, ni un instante, a riesgo de convertirme en estatua de sal.
Tomé aire, y murmuré un adiós, o quizá hasta siempre. Y decidí llevarme por equipaje, lo mínimo. Algún trasto viejo, objetos personales, muchas experiencias y unos cuantos amigos, de los que fueron mis compañeros y clientes, durante los 17 últimos años de mi reciente vida.
Tomé aire de nuevo, y miré al frente, dejando que algo se moviese en mis entrañas. Mi sonrisa, mi inconfundible sonrisa que pensaba había perdido, afloró a mis labios, y a mis ojos, y a cada poro de mi piel.
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Hay lugares que existen en todas partes, aun con distintos nombres, rotulos o mobiliario, pero por algun motivo, las identificamos con una parte de nuestras vidas.
Son los pequeños negocios de barrio. Tiendas de ultramarinos, mercerias, ferreterias o peluquerias, que perviven con los años, gracias al teson de sus dueños, y por supuesto de los pocos clientes nostalgicos que aun prefieren hacer sus compras en estos sitioss antes que sucumbir a los neones de los grandes centros comerciales.
Muchos me enamoran, y tienen tela que contar, pero si hay un lugar por excelencia que deberia existir, e incluso estar subvencionados por la seguridad social, son las peluquerias.
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Esta claro que si algo tiene el Castellano, es su riqueza en vocabulario, pero también le caracteriza, la cantidad de acepciones que puede tener la misma palabra en función del contexto, prefijos o sufijos que le acompañan...etc. Y por ello precisamente, es que sea tan dificil para los extranjeros, su perfecto dominio, especialmente en lo que se trata de expresiones coloquiales.
Un gran ejemplo de palabra polivalente, es aquella con la que comunmente nos referimos a los atributos masculinos, ya saben "cojones" con perdón. Y por eso, no he podido por menos que rescatar este podcast del programa Herrera en la Onda que no tiene desperdicio.
Que ustedes, se los rían bien...
http://www.youtube.com/watch?v=ILG_04jSLqk&feature=youtu.be
No dormir, a veces tiene sus ventajas. Y no me refiero a no dormir, en plan: noches de blanco satén, sino a una noche perra tras otra dando vueltas porque además de las mil preocupaciones que tiene una, se le añade otra, una puñetera hernia discal. Bueno, de que tengo una hernia me he enterado hoy…
A lo que íbamos, que cuando no duermo, ya les he hablado de ese lugar que yo visito de vez en cuando y que me da por llamar la trastienda del sueño, donde una, de vez en cuando, atrapa ideas que merecen la pena, y anoche, entre otras muchas cosas, tras visitar la rebotica de mi no sueño, decidí seguir pensando en positivo, ya saben como cuando lo del estornudo, que me dejó tiesa. Y no solo positivo en plan, dientes, sino de una sonrisa profident desde las tripas. Y además, esta vez iba a añadir un nuevo ingrediente.
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Es tarde, el día sido ha sido duro, pero ha amanecido un día más. Las nubes siguen empañando el sol, y recuerdo aquella frase de Tagore, en la que nos recuerda que
Si lloras por no haber visto el Sol
las lágrimas te impedirán ver las estrellas
Voy dando un paseo a casa, y me doy cuenta de que la lluvia no está tan mal, me hace sentir viva.
Necesito sentirme bien y cierro los ojos, buscando en mi cabeza el recuerdo de un día de sol.
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Últimamente, reconozco que cada día me cuesta un poco más escribir, y no es que me falten las ideas, ni mucho menos, simplemente, creo que esa palabra que siempre me ha parecido que me quedaba grande, ahora me parece que está a años luz. Y me refiero al hecho de considerarme escritora.
No recuerdo la primeva vez que me enfrenté a una cuartilla en blanco, supongo que era muy niña, y como escribir siempre me ha parecido algo natural, pues ni siquiera lo tengo en mente como algo especial. Si que recuerdo la fluidez con las que escribí mis primeros relatos y libros, salían solos, puede que tuviese mucho que ver con que, en gran medida, relataban hechos que habían sucedido. O quizá, ¿esta facilidad tenía que ver con que solo los escribía para mí? En la intimidad, a veces en la noche, y luego quedaban en algún cajón olvidado, sin mucha más critica que yo misma o la de los más cercanos…
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Es por todos sabido, aunque no siempre se entiende el motivo, que por muy grande que uno tenga el salón de su casa, cuando llegan los momentos íntimos, en familia, con tus amigos o tu pareja, siempre se acaba la charla en la cocina. Lo mismo ocurre en los negocios, o en cualquier lugar. Las reboticas, el cuarto del café o el de las curas, siempre se buscan cuando se complica una reunión importante y no hay manera de reconducirla. Cuantas veces los diputados incluso, cuando no se ponen de acuerdo en las Cortes, han tenido que salir a un reservado de un bar para zanjar un conflicto en vía muerta.
El otro día, compartiendo mesa con otros escritores en un encuentro que tuvimos en Valladolid, fueron muchas las preguntas que nos hicieron los asistentes. Me gustó una en especial, alguien nos interpeló por cómo se gestaba la idea de empezar una novela. Nos preguntó, si existían las musas, la inspiración o algo que se le pareciese.
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Hace ya mucho tiempo, que cuando estoy lejos de casa, me he obligado a adoptar la buena costumbre de preguntar, a quienes han estado antes que yo en ese lugar, por cuales son los locales donde se puede ir a comer, sin salir tembando, bien por lo desastrosa que es la comida, o por la cuenta que aprietan. Sin embargo, uno de los días, nos toco ir a la aventura, puesto que despues de un largo puente, fueron muchos los hosteleros que cerradon el martes por descanso, y después de descubrir que no habia ni uno solo de los sitios recomendados abiertos, tuvimos que fiarnos del instinto, y el ruido tripero que teniamos. También influyó, el antojo que tenía Carlos de Caracoles a la LLauna, que para eso estbamos en Cataluña, y despues de recorres varios sitos que no nos convencian demasiado, recordé, que en la calle principal de Vielha, habia visto una tasaca en cuya puerta había una pizarra en la que entre otras cosas, anunciaban que tenían caracoles.
Tuvimos nuestras dudas, en un primer momento, pues desde fuera, no se veía, ni por asomo, el sorprendente local que había puertas adentro...
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Hoy ha sido uno de esos días loco, y cuando digo locos, no es locos en plan, ¡guau, que juega!, sino loco de: madrugón, al trabajo, en el trabajo me falta media plantilla pero vienen igual todos los clientes, llamada del móvil, llamada del fijo, llamada en el otro móvil, visita inesperada, correo denegado, denegado, denegado. ¡Uf me muero!, pero qué alegría, que fulano y mengano han venido a liquidar lo que nos debían. Notaria, que se firma una cosa que llevamos esperando desde hace tres meses, pero validación dice que no, dinamizador que si, validador que no, ¡venga!, qué llueva que llueva la Virgen de la cueva, que sí, que no, que llueva a chaparrón…
Y eso, chaparrón que te crío porque, después de una mañana de esta guisa, reunión por la tarde, es decir, después de un rato de salir de la oficina.
En fin, que ya saben que de vez en cuando, me da por desnudarme en este foro, en sentido literal claro… y hoy me toca, porque, o me desnudo, o me vuelvo loca, así que con su permiso, les voy a contar algo que seguro que muchos han sufrido y aunque mal de muchos, consuelo de tontos, pero eso, con amigos, son menos penas, ¿no?
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