NOVATA. CAPITULO XII (primera parte)
CAPITULO XII
DE LAS TAREAS DEL NOVATO
Ya lo sé, perdón y perdón. Entiendo que les haya vuelto locos con tanta tarea y tanto saber o no saber, pero ya saben que esa es la cuestión...
Bromas aparte, después de hablar con muchas personas que han pasado por esta cuestión de ser novato, en otros tantos tipos de trabajo diferentes, he llegado a una firme conclusión: caigas donde caigas, las tareas non gratas de cualquier empresa, siempre se adjudican al nuevo.
No, no es que crean que recién salidos de la universidad tengamos más fresco el funcionamiento de la fotocopiadora, porque para empezar, salvo en contadas excepciones, todas las facultades suelen contar con fermosísimas personas ocupadas de hacer estas tareas, y por muchos apuntes que hayas fotocopiado a lo largo de la carrera, (esto suele ir en proporción al número de clases que acostumbres a grillarte), casi todos los alumnos solemos ser perfectos analfabetos funcionales, es decir, que todos sabemos al dedillo lo que es una fotocopiadora y para que sirve, pero casi ninguno tenemos la más mínima idea de cómo hacerlas funcionar.
¿Y del correo?. ¿Qué me dicen de hacer el correo?. ¡Ah!, que no han trabajado nunca en una empresa que emita muchas cartas cada día. Pues no se preocupen, yo se lo explico.
Recuerdan aquellos concursos de la tele en los que solicitaban se escribiera una carta para poder entrar en un sorteo, y que luego salga una azafata muy mona que mete la mano en una pecera enorme, hasta arriba de cartas, para seleccionar al afortunado ganador... Que lástima pensar en tan bellos momentos, pues hoy en día, entre los mensajes cortos y las llamadas con los móviles ya no hay en los concursos televisivos ni peceras, ni cartitas, ni nada de nada. Bueno, chicas monas si.
A lo que íbamos. Pues hay empresas que aunque no creo que se dediquen a escribir a los concursos, tienen que enviar cada día una pecera más o menos igual de grande. Eso supone no solo escribir la correspondiente carta, sino también doblarla, meterla en su sobre, cerrarla y ponerle un sello y la dirección si es menester. Fácil. ¿No?.
Fácil cuando solo se hace una vez al año con las postales de Navidad, o en un halago de cultura, escribimos una carta a algún amigo o al novio, que también está bastante en desuso, pero ¿y si cada una de esas acciones debe realizarse 100 o 200 veces en una sola mañana...?. ¿A quien creen que le toca hacer esta ingrata tarea, que la mayor parte de las veces tiene un resultado CERO, porque sus destinatarios las tiran a la basura antes de abrirlas?
Efectivamente, al nuevo.
Solo un consejo, no se les ocurra mojar con la lengua la goma de todos y cada uno de los sobres. Les aseguro, que conocí a alguien en esta misma Oficina que lo hizo. Fue un becario que llegó cuando yo ya había pasado a la condición de semiveterana, y si no llega a ser por la intervención de un compañero que le vio a tiempo... no quiero ni pensar lo que hubiese pasado.
No puedo evitar sonreír una vez más cuando recuerdo la escena.
Verán, aun no les he hablado mucho sobre Gerardo, pero si creo recordar que les dije que es un hombre parco de palabras, y cuando una persona de este tipo dice muchas palabras seguidas... siempre llama la atención. Por ello me tuve que imaginar lo peor cuando le escuché decir con voz de gran alarma, y todo seguido.
- ¡Pero, pero, pero, pero que haces chaval, que te vas a envenenar. !.
Y me encuentro al pobre becario sudando la gota gorda, con la lengua fuera, totalmente seca de haber estado mojando con saliva, una a una toda la goma de buena parte de los sobres de la correspondencia de ese día.
Menos mal que le pillamos al veinticinco o así, que sino cuando le hiciesen la autopsia le iban a meter un paquete de agárrate y no te menees a la empresa, por manejo de sustancias peligrosas.
Otra cosa muy distinta, es el correo propio, es decir, la correspondencia que cada uno recibe en la oficina, vía valija.
¡Ah!, ¿qué no saben qué es la valija?
Pues nada, una cartera grande precintada, que cada día trae un amable valijero a la oficina conteniendo los envíos que se hacen de una oficina a otra. Se pueden imaginar, como la valija diplomática, pero sin diplomatura.
Bien, pues esta correspondencia interna, yo lo clasificaría en cuatro categorías según su grado de interés.
De menor a mayor son:
1) Las cartas que llegan con el logotipo comercial y casi siempre son las facturas que han cargado en tu cuenta, y por motivos de economía, te las mandan al trabajo en vez de a casa., no interesan nada, vamos.
2) Los sobres multiuso que llegan de otras oficinas y que en la mayor parte de los casos suelen ser encargos de algún compañero, pero bueno, en los mismos sobres también llegan esas autorizaciones e informes que pediste a otros colegas de profesión y que estabas esperando como agua de mayo para terminar alguna gestión. Así que pueden hacerte más o menos feliz cuando te llegan.
En tercero y cuarto lugar, se dan la mano dos tipos de sobres muy especiales. Unos son amarillos y proceden de la división de personal. Pueden ser muy malos, o muy buenos, ya que contienen las cartas en las que a uno le deniegan o le conceden un puesto que ha solicitado. En mi caso, debo decir que siempre han sido malas, porque de momento no me han concedido ni un ascenso de los que he pedido, así que, tengo una colección enterita pero que da pena, de estas cartas, porque están todas “repes”: Estimada Señorita Llorente, después de considerar su solicitud para el puesto de. , hemos decidido conceder el puesto a... (otra persona que no soy yo), agradecemos su interés y tendremos en consideración su solicitud para sucesivas ocasiones. ¡Mira que bien, como en el cole, que lo importante no es ganar, sino participar!, Eso si, que el día que me concedan uno... y sea jefa, la pongo en un marco.
Y por último, están los sobres blancos inmaculados sin logotipo y con las letras del destinatario en letras muy gordas. Esos si que molan, porque contienen las nóminas, que a fin de cuentas, es la esencia del trabajo, por pequeña que sea esa esencia. Ya crecerá cuando me llegue un sobre amarillo de los buenos.
Y para no ponernos sentimentales, voy a seguir repasando otras tareas propias de los novatos: los paseos a los recados típicos. Que si vete a Hacienda, que si hay que llevarle no se que cosa al Señor Notario o al Corredor de Comercio.
Menos mal que estas salidas suelen darte margen para tomarte un café, o hacer las gestiones personales más urgentes. Pero no se lo digan a nadie.
Lo mío, al principio, no fue nada fácil en cuestión de paseos, entre otras cosas porque no conocía la ciudad, pero como seguro que alguna vez habrán oído eso de que todos los caminos llevan a Roma, aunque sea pasando por la China, pues eso hice, explorar los distintos caminos.
Bastante idea tenía yo de dónde quedaba la Notaría o el Servicio de Recaudación, y, pregunta, pregunta a los lugareños, cómo llegar allí, que puesto que son sitios que no suelen reportarles ninguna utilidad en sus quehaceres diarios, no es nada raro que te manden a ver al Corredor de Comercio si les preguntas por el Registro, o si por lo que preguntas es por este último, pues que te manden a la Delegación de Hacienda.
Si les preguntase dónde está la vaquería de la Seña Juana o dónde vive Pepe el electricista, otro gallo nos cantaría. ¡A ver!, leche necesitan todos los días, y con Pepe juegan al mus cada tarde, y sin embargo, la última vez que visitaron al Señor Notario fue por la herencia del tío Julio, suponiendo que la arreglasen, y desde entonces ha llovido tanto que ya han pasado por el pueblo cuatro notarios diferentes.
Total, que un poco que me enseño Santi el becario, sobre las calles de la ciudad, mucho de vuelta para aquí y para allá, y bastante de desgastar suela, ahora puedo decir que me sé de rechupete cómo llegar a cualquiera de esos sitios.
¿Y del teléfono? ¿Qué me dicen del teléfono? Con la ilusión que tiene una cuando suena el propio.
Otra cosa bien diferente y terriblemente cansada, es atender el teléfono de la oficina.
Miles de llamadas cada día a cada una de las cuales tenía que responder con un amable “Caixa Anduriña digamé”, ah, que es Tomasa la de Villa Arriba, si, si, la parienta de Gerardo el de Nistal, si, ¿qué si le ha llegado la pensión?, Y yo que sé ni dónde está Villa Arriba o quién se ha quedado con su pensión... ¡Señora!. Pero hija, a poner voz amable y a preguntar a los compañeros, a ver si alguien sabía algo de la pensión de la Seña Tomasa. ¡Ni que tuviese patas!
Pero bueno, a fin de cuentas, Tomasa era una abuelita como la mía a la que no me importaba en absoluto atender.
En ciertos trabajos, se aprende pronto que cuando las personas mayores llaman por estas menudencias, en la mayoría de los casos, bien poco les importa donde está su pensión, y si nos llaman es porque simplemente necesitan hablar un ratito con alguien y de paso saber que alguna persona se preocupa por sus cosas.
Al que no aguanto, es a ese cura repelente que se pasa el día ordenando que si transferencia para aquí, transferencia para allá. ¡Será cretino!, Oiga, usted no iría para militar en vez de para cura, me dan siempre ganas de preguntarle. ¡Pues vaya modales!, Si lo sé, que coja Rita el teléfono, ¡Pues faltaba mas!. Pero claro, como “el cliente tiene la razón”, pues ajo y agua, y paciencia, mucha paciencia.
Por supuesto, que al igual que uno tiene correo propio en la oficina, también existen las llamadas personales, y es fundamental desarrollar una habilidad especial para poder atenderlas mientras tienes a un cliente enfrente.
El cliente, en general suele pensar que quien se sitúa detrás de la mesa, está única y exclusivamente a su servicio, vamos como si fuéramos un cajero automático. Pero lo cierto, es que el sufrido trabajador, además de trabajador, tiene otros roles en su vida, como esposo, padre, amigo o tantas otras funciones, y claro, como todavía no hay nadie que se pueda partir en varios trozos, pues nuestras obligaciones en la vida personal y profesional, a veces coinciden en un mismo momento.
¿Qué hacer entonces?
Pues teatro, mucho teatro.
Por ejemplo; que estás atendiendo a ese cliente tan seta que suele venir el jueves a última hora de la tarde, y en ese momento te llama tu mejor amiga para decirte que el chico de tus sueños ha preguntado por ti. Tú te emocionas, claro, pero, no se puede notar. A disimular como que hablas con tu jefe inmediato, cara de jueves y contestaciones a base de monosílabos del tipo, si, si, ya lo esperaba, si, lo comprendo, en cuanto pueda, si ya lo tenía en mente, no, no tranquilo, de acuerdo entonces.
De primeras tu amiga puede quedarse anonadada por tus respuestas, pero a poco lista que sea, pronto se dará cuenta de que no puedes hablar del tema y ya podéis quedar en otro momento para hablar, porque claro, en esa tesitura, no le puede decir a un cliente, mira majete, espera un momento que estoy hablando con mi amiga y no puedo atenderte hasta después. Salvo que seas funcionario de hacienda o algo así, claro.
Otra cosa es cuando llama mamá. Porque aunque uno tenga cincuenta años y lleve viviendo fuera de casa otros treinta, todos sabemos por experiencia, que para mamá, sus hijos, siempre siguen siendo el niño o la niña, y claro, no suele fallar la llamadita de primera hora de la mañana del lunes a ver si uno ha llegado sano y salvo del fin de semana. Con esas llamadas, los clientes suelen ser mucho más comprensivos, así que no puede fallar un, si mamá, alto y claro, nada más empezar la conversación, para que quien está frente a ti, se entere de con quién hablas, y si todavía se ponen impacientes, pues nada, tapas el auricular y pones cara de ¡que pesadez, mientras comentas! – Perdón, eh, que es mi madre, ya saben, como son las madres, siempre preocupándose...-. Menos mal que la mía, como sufre el mismo problema en su trabajo, casi siempre me pregunta si estoy ocupada, pero salvo necesidad mayor siempre le digo que no. ¿Qué es más importante que una madre en esta vida, no?.
Frente a todas estas labores propias, más que de novatos, del pringao que llega el último, hay una máxima a seguir en cualquier lugar, prioridad absoluta a las ordenes del Señor Director, que para eso estaba allí, y además se daba la circunstancia de que en esa oficina nadie había oído hablar de “equipo”, salvo en “El Marca”, con lo que no podía contar con nadie prácticamente, para que le ayudasen en su labor comercial o en temas un poco especializados, que bastante tenían los demás con atender lo suyo.
Esta idea de ponerme de “subalterna” del Jefe, creó un pequeño conflicto de intereses con el Señor Interventor, que opinaba que yo estaba allí para atender la Caja, que bastante tenía él que hacer como para ocuparse de tales pequeñeces. Y como siempre ocurre en estos casos, pues la bronca para mí, que para eso era la novata y por el momento no tenía ni voz ni voto, y de nuevo se me consideraba una de aquellas moscas de las que ya había hablado al principio, ya saben esas que por no ser, no eran ni “cojoneras”.
Conflictos a parte, cuando empecé a ser consciente de la lista de tareas que tenía encomendadas, lo primero que me pregunté, no fue si tendría tiempo material para todo, sino -¿dónde está el diccionario?-, porque yo no tenía ni idea de lo que significaba ocuparse de la Visa, que era aquello del control de sociedades, y de internacional. Palabrejas rotuladas sobre carpetas blancas rellenas de papeles incomprensibles. ¡Y para eso estudie yo Derecho, para no saber de nada!
Salvo por mis conocimientos de inglés y que en verano me hice amiga de unos chicos italianos, en internacional precisamente..., estaba pez. Y eso no era lo peor de todo, lo más frustrante, es que igual de peces que yo, estaban mis compañeros de oficina, porque esos temas los había llevado Jose Manuel, el chico al que yo sustituía, así que aunque no con estas palabras, traducido al lenguaje popular, junto con esas carpetas me dieron como armas de trabajo una palmadita en la espalda y un - búscate la vida, Bonita -. Bueno lo de bonita, lo digo yo, porque de aquellas, estoy segura que más de uno, menos bonita me debieron llamar de todo. Con lo agustito que estaban con Jose Manuel que ya sabía como funcionaba todo, y ahora tener que aguantar una niñata inexperta que se llevaba con el Director mejor de la cuenta eso era lo que pensaban ellos, claro. Y encima, a la que los clientes no querían ni acercarse de momento, pues mira tú el panorama.
Pero tranquilos, si alguno está en las mismas, ¡Animo!, que todo tiene solución, os lo digo yo, que si de aquellas hubiese sabido lo que sé ahora, no solo me hubiesen sobrado horas en el día para cumplir con mis obligaciones laborales, sino que hubiese escrito en ese tiempo esta novela enterita. Así que seré buena, y os daré algunos consejos para salir con buen pie de las tareas más comunes.