Novata. De esos clientes que merece la pena recordar I.
CAPITULO XV
DE ESOS CLIENTES QUE MERECE LA PENA RECORDAR
A la mañana siguiente estaba destrozada. ¡Madre mía!, Porqué no me habría ido a casa después de la reunión.
Estaba atendiendo a uno de esos clientes plomos que te vuelven loca cosiéndote a preguntas, mientras un terrible dolor me golpeaba en las sienes cuando me pasaron una llamada.
- Disculpe -, le dije a Dña. Ludi mientras descolgaba el aparato
-¿Dígame?-. Era mi madre, y quería saber que tal me había ido en la reunión del día anterior.
Me temo que en esta ocasión, tuve que decirle que estaba un poco ocupada, porque no era plan de contarle la historia a base de monosílabos, así que pospuse la conversación para cuando llegase a casa y así explicarle las cosas que pasaron más tranquilamente.
Dña.Ludi, era el perfecto ejemplo del cliente abusón, me explico. Si en las grandes capitales, en general, el mundo de la banca suele ser bastante frío e impersonal, en los pueblos y las pequeñas oficinas, ir al banco, suele convertirse en una afición más, vamos, que algunos en vez de irse a tomar un café, se dan un paseo por el banco, que además de estar igual de calentitos en invierno y contar con mucha gente para charlar, te sale más barato, y de paso te enteras si se preocupan o no por tus dineros.
Con esto, no quiero quejarme ni mucho menos, todo lo contrario. Si algo me ha hecho feliz en este mundo, y comenzar a querer mi profesión, a sido el contacto con los clientes, el lado más humano de este trabajo.
Tengo que reconocer que en algunas ocasiones, yo suelo ser bastante ingenua, y como ya he contado en otros momentos, soy de las que piensan que todo el mundo es bueno. Por eso, siempre que alguien acude a mí, con independencia de su aspecto o edad, procuro atenderles con la mayor amabilidad y diligencia posible. Además, tal y como está la competencia, pues no están las cosas como para maltratar a los clientes.
Esto, además de hacer mi trabajo mucho más agradable en general, me ha granjeado buenas amistades, y ahora puedo estar orgullosa de haber dejado de ser ese personajillo insignificante cuando llegue a Astoria, al que solo se dirigían para preguntar por los otros compañeros, o como mucho para pequeñas cosas, como cuando Gerardo tenía mucha cola y me decían, - Niña, ¿tú das dinero?
Ahora, son muchos los que me aprecian y quieren que sea yo quien les atienda, hasta me invitan a tomar café, pero todo eso, tuvo un laaaaaaaaargo proceso.
Verán, ya les he dicho que a mi llegada a Astoria, el primer trabajo que desempeñé fue el de cajera. Pues bien, les contaré algunas anécdotas del largo periplo que tuve que recorrer para llegar a ganarme el puesto de pleno derecho.
Al principio nadie quería esperar en la cola de mi ventanilla, por lo que me puse muy contenta cuando vi que por fin un cliente se ponía en mi caja de motu propio. Fue precisamente esta satisfacción y lo que podríamos denominar como un, exceso de celo, lo que me perdió.
- Buenos días - saludé al cliente mostrando mi mejor sonrisa.
- Buada.enos días. Deme cinco mil pesetas- me respondió entregándome la cartilla.
- ¿Me permite el carnet de identidad?- le solicité yo.
- ¿Pero, pero, que haces?-, me preguntó alarmado Gerardo con su voz entrecortada, mientras el cliente me miraba como si le hubiese mandado bajarse los pantalones.
- Es que...-, (yo solo quería decirles que era el procedimiento habitual donde yo venía, pero no me dejaron). Eso me pasa por seguir las instrucciones del libro sobre el perfecto cajero- penssé disgus
- ¿No ves que es el primo de Fernando?
Ah, el Primo de Fernando, ¡qué bien!, y yo sin saberlo, -¡pero que bruta eres!- me dije. Así que le di el dinero y santas pascuas.
Siguiente cliente.
- A ver -, me dice, - dame 200.000 pesetas de la cuenta de mi hermano.
- De tu hermano, ¿Y yo que sé quien es tu hermano, si ni siquiera sé quién eres tú?- me dije.
– Estás tú incluido en esa cartilla -, le pregunte.
- Es la 1236 5 me dijo Gerardo antes de que el cliente pudiese responder.
¡Qué eficiencia!, Y eso que aun no le había preguntado. Normal, debía estar temblando por si le pedía al carnet o cualquier otra cosa al señor que tenía enfrente, que, a pesar de que olía a vaca que daba gusto, y tenía los zapatos como si acabase de atravesar el Everest a pie en pleno invierno, resultó ser el Presidente de la Junta vecinal de Villa Remota.
Tercer cliente.
¡Se acabó, aquí no me pillan!, Era un chico joven que había saludado a todo el mundo al entrar, primera conclusión, no tenía que pedirle el carnet. Además traía un talón para ingresar y se sabía su número de cuenta. ¡Genial!. Pues voy a ser un poco simpática. Además me acordaba de que alguien me había dicho que era el hijo del dueño de una de las empresas de mantecadas más importantes de Astoria. También sabía que se llamaba Jose Luis, porque como estaba soltero y era un buen partido, Fernando ya me lo había intentado endosar en varias ocasiones.
Bueno, como iba diciendo, que pensé en ser amable, así que esbocé mi mejor sonrisa, y al ver que llevaba las pestañas untadas con una pomada amarilla, le pregunté para que viese que me fijaba en todo,
- Uy Jose Luis, ¿qué, te a pasado en los ojos?
- ¿Lo dices por lo de las pestañas?
- Si, parece que te las has quemado, ¿no?.
- No, que va -, me dijo todo sonriente, - es que tengo caspa en las pestañas.
- ¿Capa en las pestañas? – pensé, - ¡qué guarrería!, ¡y este es un buen partido?, ¡Pues que asco!, vamos, que le das un beso de esos largos, abres un ojo, y te crees que está nevando, ¡qué mono!
Eso te pasa por preguntar, ¡so listilla!
Y así, metedura de pata, tras requetemetedura de pata continué conociendo a mis clientes.
Viendo y aprendiendo, como suele decir.
El caso es que como el hombre es el único que tropieza dos veces en la misma piedra, pues allá que me lancé yo.
- Buenos días Jose Luis- le saludé de nuevo.
Me fijé a su entrada en que venía cojeando, por lo que se me ocurrió preguntarle si se había hecho daño esquiando, (porque como había hablado más veces con él, también sabia que le gustaba mucho esquiar).
- Que va hija -, me respondió, es que me han tenido que operar de un forúnculo.
Madre mía, ¡viva la naturalidad!, que a uno le sale un grano en el trasero y se lo quitan, pues que mejor sitio para comentarlo que en el banco...
Y para más cachondeo, ante mi mudo asentimiento y cara de circunstancias, prosigue, - nada, si es una cosa muy normal, le pasa a mucha gente, lo que pasa es que no lo cuentan.
Definitivamente, ya sé a quien no tengo que preguntarle más por su salud. ¡Pues menudo partido que estás tu hecho, hijo! Y no tendrás almorranas también! estuve por preguntarle, que si con veintisiete años tienes estos problemas, con cincuenta ,seguro que tienes las orejas y la nariz llenos de pelos negros sobresaliendo por todas partes y serás feliz comentando tus problemas con la próstata.
Menos mal que tengo otros clientes mucho más agradables y que me dan alegrías, como Lena, que aunque me da mucha lata con las tarjetas de su marido, porque se las quema cada dos por tres, por darles más aire del necesario en el bingo, luego me trae bombones por las molestias o me invita a desayunar. La verdad es que no hace falta, que yo lo hago encantada, pero qué demonios, se agradece.