Novata. Final
- Buenos días -, saludé mientras me dirigía a mi terminal para hacerme cargo de la consabida carpeta de “asuntos pendientes”, que me esperaban después de tres días de ausencia en la Oficina.
- ¿Eso es todo? – me contestó Roberto.
- Pues sí, eso es todo, y que conste que lo de buenos días es en sentido puramente figurado.
- ¿Y las centollas? - , continuó Fernando.
- Centollas de las de pelos negros y a quince mil vas a tener que ir a buscar majete, porque lo que soy yo, como mucho estoy para pinchos de surimi.
- Esta Marieta -, continuó Fernando, en cuanto la han hecho fija se olvida de todas las promesas, ahora lo quiere guardar todo la muy tacaña...
-¡Tacaña!, pero si casi me tienen que dar dinero mis padres para venir a trabajar. Además, del contrato mejor no hablar.
- Bueno mujer, no será para tanto, ahora ya eres una empleada de la Caja con plenos derechos -, dijo Emilio con cierto aire socarrón..
- Si si, con plenos derechos pero a precio de ganga., no te fastidia. Anda, dejarlo, que no me quiero poner de mal humor para terminar la semana.
No quise seguir hablando del tema porque tampoco me pareció muy apropiado ponerme a comentar mis problemas económicos con los compañeros, pero Emilio me llamó a su despacho para poder hablar conmigo tranquilamente. Con él había confianza suficiente como para contarle con más detalle lo sucedido, así que cuando me preguntó que había pasado yo decidí sincerarme.
- ¿Qué versión quieres oír?, la de la cruda realidad, o la apta para todos los públicos.
- Venga, Marieta, menos cachondeo que te conozco, ¿qué os han dicho en Coruña?
- Pues nada, que nos han degradado. De golpe y plumazo hemos pasado de estar a puntito de cobrar el cien por cien del sueldo que veníamos cobrando en nuestra categoría mientras estuvimos en prácticas, para estar peor que al principio.
- Bueno, estate tranquila, ya sabes que aquí hay un puesto pendiente de cubrir y pronto se convocará la plaza.
- Emilio -, le corte con una mirada que los dos sabíamos bien lo que significaba.
- Vale, ya sé que llevamos un año detrás de ello, pero antes o después tendrán que sacarla a concurso...
- Si claro, y cuando la publiquen, a lo mejor no me la dan porque la Caja tiene otras prioridades o estaré demasiado vieja -, repliqué sin convencimiento.
- Bueno, ¿y por lo demás?.
- Bien, la verdad es que me dio un poco de pena dejar de ser Lupra. Ya sabes, los cursos, viajar a Coruña de vez en cuando.
- Uy, si es por los cursillos, no te preocupes, te seguirán mandando ir de todas formas.
- Si pero no será igual, tengo que reconocer que he hecho buenos amigos, y además, siempre tenía el respaldo del Departamento de Formación, no sé, creo que empiezo una etapa nueva, y eso, siempre da una sensación de incertidumbre.
- En eso tienes toda la razón, pero así es la vida, y este no será tu último gran cambio.
¡Que razón!, Lo que me quedaba aún por recorrer. Sin embargo, lo cierto es que para llegar al final del camino, primero hay que andarlo. Y yo poco a poco lo iba recorriendo, no solo en el terreno puramente profesional, sino también en el personal.
En este sentido precisamente yo tenía todavía una gran cuenta pendiente que saldar en Astoria. Se llamaba Fernando.
Fernando era “aquel” señor al que me había dirigido por primera vez a mi llegada a Astoria. Ya sé que no he hablado mucho sobre él, pero es que tengo que reconocer, que si con todos mis compañeros había tenido en algún momento pequeñas “diferencias”, con él tenía un problema de difícil solución.
Recordarán que les había contado que al principio mi puesto fue el de segunda cajera, que era el que estaba libre. Bien, pues poco a poco, y a medida que iba asumiendo otras funciones, se hizo patente que era imposible llevarlas a cabo en donde estaba, por lo que fue necesario un pequeño cambio, que consistió en mandar a Fernando a la caja, con lo que tuvo que cederme su mesa.
Eso, créanme Uds. no le gustó nada.
Normal, que una novata de las narices venga a quitarte tu sitio de la noche a la mañana...
Yo intenté explicarle el porqué en muchas ocasiones, pero, si ahora sé que Fernando es un hombre de gran corazón, también conozco muy bien su capacidad para explosionar fácilmente, y cuando se le mete una cosa en la cabeza y arranca, no hay quien le pare, y que yo le había quitado su puesto, era una de esas cosas que se le había metido en la cabeza y no encontraba hueco por el que salir.
Creo que ya dije que por aquellas rondaba la cincuentena, y a pesar de tener el pelo canoso y algunas huellas en su rostro, de una vida de mucho trabajo y entregada a su familia, sus rasgos denotan aun parte de su atractivo juvenil.
Mi oportunidad para hacer las paces, se presentó un día en el que apareció un descuadre de última hora en su caja. Solo faltaban diez minutos para cerrar la Oficina, y aquellas malditas cuarenta mil pesetas, que no aparecían. Yo me ofrecí a quedarme con él para buscar dónde estaba la diferencia, así que, por una vez, pudimos estar a solas, trabajando mano a mano.
Estuvimos hasta las cinco y media de la tarde, pero al final, descubrimos la causa del error. Bueno, la verdad es que lo descubrí yo. No sé si fue suerte o casualidad, el caso es que por primera vez, Fernando me dio las gracias, y como acto de buena fe, me invitó a comer en su casa, lo que fue, muy a su pesar, el principio de una gran amistad; ya saben, como en Casa Blanca.
Allí nos esperaba su mujer, Sabela, una gallega muy xeitosiña que con el tiempo se llegó a convertir en mi segunda madre. ¿Quién se lo iba a decir al cabezota de Fernando? ¿O es que acaso creían que la amistad era con él?
Que va, con quien realmente hice buenas migas fue con su mujer, y con sus hijos, que son unos cielos. Como las dos nos entendimos a la perfección desde el primer día, pues ale, a fastidiarse, porque su señora me invitó muchas más veces a comer, muy en contra de su voluntad. Bueno, eso es lo que él dice, pero yo sé que solo lo hace para hacerme rabiar, porque en el fondo, estoy segura de que me aprecia de verdad, como yo a él, así que, a pesar de la faena de que, por culpa de aquel descuadre tuvimos que comer a las seis de la tarde, hoy es el día que doy las gracias a aquellas cuarenta mil pesetas que se nos quisieron colar.
¿Mira tu que manera de descubrir que existen compañeros en los que se puede hasta confiar?, ¿Pues no se descubrió la fuerza de la gravedad a base de manzanazos?, pues lo mismo me ocurrió, a mí aunque fuera a base de billetazos, que no es tan natural, pero si igual de práctico.
Después de esto, puede decirse que llega una etapa de relativa calma. Calma en lo que se refiere a tempestades personales, porque en lo que a trabajo se refiere, vamos, ni que regalásemos el dinero.
Recuerdo una de esas tardes de gratis que me tocó hacer después de un día agotador. El jaleo había sido tal, que ni siquiera me había acordado de mirar el correo. Estaba sola en la Oficina, Emilio aun no había llegado, así que decidí poner un poco de música mientras me sentaba en la mesa tranquilamente a tomar un poco de fuerza con el sol que se colaba entre las persianas. Eran finales de junio, y los días habían crecido mucho, así que a esas horas el sol ya calentaba suficientemente como para transmitir una dulce sensación de vida a mi espalda, cansada tras un día agotador.
Comencé a rasgar los sobres sin mayor interés, facturas, un aviso de un compañero para recogerle una póliza en el Corredor de Comercio. ¡Hombre!, por fin ese expediente que hacía tanto tiempo que esperábamos de la asesoría jurídica.
Al levantar el sobre que lo contenía, vi que otro más pequeño caía al suelo. ¡Vaya!, uno de los amarillos. ¿Qué me denegarían ahora?, la verdad es que no me acordaba cuales habían sido mis últimas solicitudes, salvo una.
Levanté la vista, y vi a través de los cristales a los niños que corrían por la plazoleta que había frente a la Oficina. Tome aire, y comencé a abrir el sobre cuidadosamente. ¡Qué demonios!- pensé, lo voy a romper, - ¿no dice mi hermana que da buena suerte romper el papel en que vienen envueltos los regalos?, pues a lo mejor es uno. ¡Ay Marieta, deja de darle tantas vueltas y mira a ver qué dice de una vez!.
Empecé a leer;
“A Coruña, 16 de junio de 1998.
Estimada Señora:
Le comunico que el Consejo de Administración, en sesión celebrada el pasado 4 de junio, acordó su nombramiento como Jefe de Riesgos de la Oficina de Astoria.
Reciba un afectuoso saludo:
El Subdirector de Personal”.
León, noviembre de 1999.