CUENTO DE NAVIDAD.
Permitidme recordar esta historia para felicitaros esta noche tan especial. Se acerca el final de año, y sin querer, es inevitable hacer balance, de lo bueno, y de lo menos bueno. De lo que ha pasado y de lo que esperamos que aun pueda llegar. Entonces, me viene una canción a la cabeza, knocking o heavens doors (llamando a las puertas del cielo), y como es navidad, recuerdo una historia que escribí en estas fechas hace unos cuantos años ya, y pienso que cuando me toque a mi llamar a las puertas del cielos, ojala, que alguién como quien ronda en esta historia, sea quien me reciba a mi...l
Y vió caer la noche
La noche más larga del Año
La noche más esperada por los niños.
Y junto a la noche, la escarcha congelada se posa sobre las calles de la ciudad.
La nieve que ha caído durante la tarde se deshace formando charcos de bordes ennegrecidos por las pisadas.
Las calles están atestadas de gente que con prisas, apuran las últimas compras de Navidad.
Miles de luces multicolores lo iluminan todo.
Los escaparates cuajados de adornos navideños rojos y dorados invitan a los transeúntes a entrar.
Demasiadas prisas y agobios.
Algunos niños vestidos de pastorcillos se recogen de las manos de sus madres. La función ya ha terminado, y las risas infantiles se trasladaban de las aulas a sus casas.
Sin embargo, pocos sonríen en las calles. Demasiados compromisos, demasiadas compras para unos bolsillos suficientemente maltrechos por estas fechas, demasiada gente en casa, demasiadas ausencias a veces...
Los dependientes de las tiendas que hoy deben prolongar su jornada, para que sus propietarios ganen un poco más, miran impacientes sus relojes.
Las mujeres se afanan en las cocinas.
Más prisas.
Tantas que nadie repara en el pordiosero que junto a su perro se acurruca en los soportales cercanos a un centro comercial, muy cerca de las rejillas de salida de aire que calientan sus huesos.
La policía quiso llevarle a un albergue a cenar aquella noche. - Va a hacer mucho frío- le decía un Oficial con cara amable.
Pero a él no le gustaban esos sitios. Allí no podía entrar su perro y para él era su única familia. Lo había encontrado solo y aterido una noche como aquella en la que sus dueños le habían abandonado a su suerte. Jamás abandonaría el único regalo de Navidad que había tenido en muchos años.
Observa a la gente. Le gusta imaginar lo que contienen los paquetes que portan.
- Ron - le dice a su chucho mientras comparte con él un paquete de galletas que una Señora le había regalado aquella tarde, - seguro que es un tren eléctrico, ¿que dices?- y le señala una bolsa enorme que lleva un caballero con abrigo gris.
El perro ladra.
- ¿Un peluche dices? - le responde su amo, - no, no puede ser, no ves que la caja es cuadrada.
Cada vez queda menos gente en las calles.
Las tiendas cierran las puertas.
La gente tiene prisa y ya nadie más repara en el hombre que sentado sobre unos cartones da galletas a su perro.
Los invitados llegan a la cena.
Alguien olvidó comprar el pan, es un drama.
Un pavo no termina de hacerse y los comensales están a la mesa. ¡Qué desgracia!
En otra casa dos hermanos que hace años que no se ven se saludan sin saber que decirse.
¡Maldita Navidad! piensan muchos que tienen que encontrarse con la familia de su esposa a la que no soportan.
¡Maldita Navidad! Piensan otros echando de menos a los que no están.
Pocos sonríen sinceramente en las casas. Demasiados compromisos, demasiadas compras para unos bolsillos suficientemente maltrechos por estas fechas, demasiada gente en la mesa, demasiadas ausencias a veces...
Está triste.
¿Que ha pasado con la Navidad? ,se pregunta mientras pasea por las calles vacías.
Es tarde y ya solo ve a aquellos dependientes que miraban sus relojes impacientes, que ahora cierran las puertas de las tiendas para apresurarse en llegar a sus casas.
Observa al vagabundo que esa noche está feliz. Tiene a su perro, y algo más de comida que llevarse a la boca esa noche. Le escucha conversar con el animal que se acurruca muy cerca de él, dándole calor.
Se asoma a las ventanas de las casas. Pega su cara a los cristales intentando escuchar un Villancico. Pero solo le llega el rumor de los televisores a todo volumen plagados de anuncios de perfumes y juguetes que pelean por hacerse oír entre las voces de la gente.
Abatido decide rendirse y abandonar la ciudad. Todo está perdido. Pero el hombre del perro...
Quizá aun tenga una oportunidad.
Mira al cielo. La luz de la ciudad no dejaba ver más que su propio reflejo.
Extiende los brazos y girando sobre si mismo sopla suavemente dejando en el aire un circulo de bao caliente.
Se apagaron las luces, todas.
La calle desierta se queda a oscuras.
Solo permite que los motores que expulsan aire caliente cerca del mendigo, que habían cesado de funcionar por un instante, continuen moviendose.
Las gentes, se asoman a las ventanas sorprendidos al ver la calle en completa oscuridad.
Las llamas de las cerillas provocan tenues sombras de quienes buscan velas para alumbrar las mesas ya servidas.
Desaparecen las prisas.
Los televisores, los estéreos, los teléfonos se acallaron.
Solo hay personas reunidas alrededor de una mesa.
Aun con los brazos extendidos en medio de la plaza, levanta su mirada y en el cielo oscuro por fin vio brillar la Estrella de Belén.
Un joven ha abierto su ventana. Porta una vela encendida que deposita sobre la repisa.
La calle está desierta.
Ha empezado a nevar de nuevo.
Desde la casa de enfrente ven el gesto del joven y alguien coloca otra vela en su ventana.
Y otra, y otra.
La ciudad se ilumina con miles de velas.
Una abuela ve al mendigo y su perro, y le regala una sonrisa.
Le hace un gesto para que no se vaya y envía a su nieto con una cazuela de sopa y dulces, y un jugoso hueso de jamón para su compañero de fatigas.
Sobre la nieve se ven unas huellas que se alejan y dan vuelta y saltan. ¿Estará bailando?
Los hombres charlan y les cuentan a sus hijos cómo se celebraban estas fiestas antaño, reunidos alrededor de la mesa, como aquella noche, sin luz eléctrica pero llena de ilusiones.
Entonces por fin se siente feliz, y ve desde arriba una ciudad que parece un cielo estrellado y pensó que siempre hay esperanza.
Cknoking on heavens doors...
Feliz Navidad