La Magia de Mikado
Este año, los Reyes Magos no podrán venir a León en la Mikado, pero esperemos que el próximo, esta preciosa locomotora pueda estar de nuevo en marcha. Mientras tanto, aquí teneis una historia que inventé para contarle a mi hijo, porqué Melchor, Gaspar y Baltasar llegan a nuestra ciudad en tan insigne transporte...
Erase una vez, un niño con los ojos negros como dos moras, y el pelo rizado como un león que se llamaba Rodrigo.
Muy pronto iba a cumplir 4 años, por lo que sus papás le preguntaron que quería de regalo.
Rodrigo pensó y pensó…Tenía muchos juguetes nuevos porque acababa de pasar la Navidad, así que finalmente dijo: -Quiero que subamos a un tren.
-¿A un tren? – le dijo extrañada su madre.
- Si, como cuando fui de vacaciones con mi Nani a la playa. Me lo pasé muy bien.
-Vale-, dijo su padre, podemos coger el tren de Matallana e ir a comer a la montaña.
- Si si, cojamos el tren de la montaña- dijo Rodrigo entusiasmado.
Al día siguiente, el niño se despertó el primero y fue corriendo a la habitación de sus padres. –Vamos vamos- les zarandeo, - ya es mi cumpleaños y si no corremos perderemos el tren.
-Felicidades cariño – le dijeron sus padres a la vez, -está bien, nos levantamos, pero antes de coger el tren tendremos que desayunar…- dijo su madre…
Todos se pusieron en marcha, y en un periquete, estaban en la estación.
-Vamos, saquemos los billetes- dijo Rodrigo.
El tren ya estaba estacionado en el andén. Era muy viejo. Su locomotora estaba desconchada y parecia de laton, y los vagones, de madera, tenian algunas ventanas un poco rotas. El niño, que era muy observador, le dijo a la señorita que les despachaba las billetes. –Ese tren esta hecho un desastre…
Ella sonrío y le dijo: - Uy, y tanto, este va a ser su último viaje, así que tienes mucha suerte de poderte subir a él antes de que lo lleven al desguace.
Rodrigo no sabia que era un desguace y su padre le explicó que era un sitio donde llevaban a los trenes viejecitos para desmontarlos cuando ya no valían para nada…
Por fin subieron al tren, pero Rodrigo, parecia pensativo, ya no estaba tan contento como cuando se había despertado y observaba muy atento a su alrededor.
Por fin, el revisor hizo sonar su pito mientras decia - viajeros al tren, ¡suba rapido señora que ya nos vamos!.
Tres pitidos más, y el tren por fin se puso en marcha.
Chaca, chaca, pum, chaca chaca pum, hacía el tren como quejandose mientras cogia marcha. Enseguida, cogio más velocidad, salieron de la ciudad, y pronto empezaron a ver las primeras montañas.
El niño, tenía la nariz pegado a la ventanilla impresionado por el paisaje. Algunas montañas aun tenian nieve en la parte alta.
Tan obnubilado estaba con el paisaje, que casi no se dio cuenta cuando llegaron a su destino.
Al bajar del tren, le dijo a la locomtora, no te olvides de venir a buscarnos para volver a nuestra casa.
-A las seis en punto, estaremos aquí para llevaros de vuelta- le dijo el revisor que pasaba a su lado en ese momento.
Y así fue, despues de pasar un maravilloso dia jugando en el campo, a las seis en punto cogieron el tren de vuelta.
Rodrigo se sentó al lado de la ventanilla otra vez, no queria perderse nada, le parecia que era como un cine gigante en el que se veía pasar todo muy rápido.
- Estás muy pensativo- le dijo su padre al cabo de un rato.
- Si-, dijo el niño. -¿De verdad van a destrozar este tren?
-Ya oiste a la vendedora de billetes, es su último viaje, fijaté qe viejo está. Ahora la gente ya no quiere subir en estos asientos de madera tan incomodos. Y la mayoria de las ventanas están resquebrajadas. Este es su último viaje.
- Pero suena muy bien, fijate, parece que se pone contento cada vez que alcanza a subir una cuesta. Y es muy divertido este traqueteo. Me está hablando y dice que no quiere que le rompan.
Un abuelo, que estaba sentado junto a ellos y que escuchó la conversación, les preguntó – ¿Es verdad que es el último viaje de este tren?
-Si señor- le dijo el niño apesadumbrado.
-Pues es una pena, yo llevo muchos años cogiéndolo y trayendo a mis hijos y ahora a mis nietos, y han pasado en el tantas historias bonitas que contar…
-Opino lo mismo – dijo una señora añadiéndose a la conversación, -¡Qué lástima!, en este tren me pidió mi esposo que me casara con él.
Poco a poco, todos los viajeros se fueron sumando en sus protestas, hasta que el revisor llegó al vagón, alarmado por tanto jaleo. -¿qué pasa aquí?- dijo muy serio.
- No hay derecho- , dijo el abuelo. Nos hemos enterado que quieren llevar al desguace a este tren, que durante tantos años ha llevado a miles de pasajeros y sus historias.
- Lo siento señor, ya es muy viejo- le respondió el revisor, - la verdad es que a mi también me da mucha lástima, llevo tantos viajes recorridos con él, que a veces me parece que habla.
- Lo ven, lo ven- dijo Rodrigo muy contento. –A mí también me habla y me ha dicho que quiere seguir llevándonos de viaje. ¡Tengo una varita mágica, a lo mejor podemos hacer algo! ¿A que si, a que si?, dijo mirando a todos los presentes.
- Me parece que es imposible, cuesta mucho dinero restaurar un tren como este, así que seguramente traerán uno nuevo que es más barato. Apenas quedan artesanos que sepan trabajar el hierro o la madera.
-Cómo que no- dijo un hombre que iba al final del vagón con sus hijos, -yo soy carpintero, y repararía muy gustoso estos viejos bancos de madera. –Pasó su mano por la superficie de uno y dijo:- es verdad que están un poco desconchados, pero con un poco de lija y barniz, quedarían como nuevos.
-Yo soy tornero- dijo otro hombre que estaba al otro lado. –Me he fijado, que las ruedas de este tren están un poco desajustadas, y por eso a veces el traqueteo es más fuerte, pero estoy seguro que con mis herramientas podría arreglarlo, yo tampoco quiero que desaparezca este tren. Aquí nació mi primer hijo cuando íbamos de viaje a Bilbao.
Rodrigo cada vez estaba más ilusionado, su magia empezaba a funcionar, y todos querían colaborar para arreglar el tren.
-A mi me encanta pintar- dijo el niño. –Y a mi- respondieron los otros niños que había a bordo del tren.
-Pues los niños podríamos pintarlo de muchos colores.
-Y yo haría las cortinas para las ventanas- dijo otra señora, estoy jubilada, pero aun conservo mi máquina de coser.
-Nosotros tenemos una cristalería- dijo una señora, estas ventanas las arreglamos mi marido y yo en un pispas.
En ese momento, el tren comenzó a bajar una larga cuesta, chaca chaca pum, chaca chaca pum, piiii piii, sonó su bocina antes de entrar en el túnel, como si estuviera contento al saber que sus pasajeros le iban a salvar del desguace.
-Urra Urra- gritaban los niños, contagiando su entusiasmo a todos.
-Un momento-, dijo el revisor. Todo esto está muy bien, pero para eso, hay que pedir permiso al jefe de estación.
-Seguro que le convencemos- dijo Rodrigo.
Durante todo el trayecto, siguieron imaginando como iban a arreglar el tren. Incluso un señor, que llevaba consigo su cuaderno de dibujo, empezó a pintar, un boceto de como quedaría el tren una vez reparado para enseñárselo al jefe de estación.
Cuando por fin llegaron, el revisor fue a buscarle. Estaba muy sorprendido al ver a tantos viajeros esperándole, pensó que seguro que querían hacer una reclamación por haber llegado 15 minutos tarde. Pero no, menuda sorpresa cuando vio a un niño que al frente de de todos, le enseñaba un dibujo de un tren precioso. Todos hablaban a la vez de cristales, maderas y pinturas.
-Silencio- ordenó. –Hablen de uno en uno, que no entiendo nada. -¿Qué es este jaleo?
-Señor Jefe de estación- dijo entonces Rodrigo tomando la palabra – No queremos que destroce este tren nos han dicho, que como es muy viejo, le quiere enviar al desguace.
-Así es, pequeño- le contestó el hombre, -ya está decidido y no hay nada que hacer.
- Yo creo que si- dijo el revisor tomando la palabra para explicar la idea que habían tenido en el viaje.
-Pero Manuel- le dijo el Jefe de estación, pues el revisor se llamaba Manuel.
- Verá. Como Usted sabe, llevo de revisor en este tren muchísimos años, y por el han pasado miles de pasajeros con muchas historias…
-Si, si- afirmaron al unísono los pasajeros.
- Y cuando ellos se enteraron que este era el último viaje que haría el tren, se han ofrecido para restaurarlo en sus ratos libres, tenemos carpintero, tornero, cristaleros, incluso una modista.
- Y pintores-, dijo Rodrigo tirando de la chaqueta al revisor.
-Si señor, y pintores también.
-No sé, no sé, no es nada fácil restaurar un tren.
-Denos una oportunidad, por favor- le dijo Rodrigo agitando su varita mágica y diciendo en bajito las palabras mágicas que le habían enseñado en su colegio. –Chis carabís que la magia empiece aquí…
El hombre, conmovido por los presentes aceptó y dijo. –No les prometo nada- dijo rascándose la cabeza bajo la gorra, -pero, no hay nada malo porque intentemos arreglarlo, después veremos si puede seguir circulando.
Todos empezaron a aplaudir y a darse abrazos entre si.
Al día siguiente, prometieron regresar todos a la estación con sus herramientas. Cuando llegaron, el tren parecía que les estaba esperando.
El herrero se llevó las ruedas a su taller para dejarlas bien redonditas.
Los cristaleros tomaron medidas de las ventanas.
El carpintero, con ayuda de otros empezó a lijar los asientos para dejarlos bien lisitos.
-Cuánta actividad- pensó el Jefe de Estación. Seguro que lo consiguen con tanta ilusión.
Cuando Rodrigo y los otros niños llegaron a la estación, casi no se reconocía al tren, sin sus ventanas ni ruedas. Parecía todo desvalijado. Al ver sus caras de preocupación, el carpintero les dijo, -no os preocupéis niños, ahora parece que está todo roto, pero ya veréis que bonito queda cuando esté todo en su sitio de nuevo. Ahí tenéis pintura y pinceles para que podías pintarlo bien bonito.
Cada niño eligió su color favorito para un vagón. A Rodrigo, como había sido el primero en tener la idea de arreglar el tren, le dejaron que pintase la locomotora.
Trabajaron sin descansar varios días, hasta que cada uno dio por concluida su labor.
La madera quedó bien lisita y barnizada.
Las ruedas volvieron a ser redondas como el primer día.
Los cristales estaban nuevos.
Las cortinas lucían en su sitio sin un solo roto.
Y la locomotora y los vagones resplandecían en vistosos colores.
Entonces, llamaron al Jefe de Estación, que se quedó maravillado al ver el trabajo tan bueno que todos habían hecho, y él pensó. -¿Qué podemos hacer con tan bonito tren?, dentro de poco, no habrá vías tan estrechas como para que pueda circular, pero no podemos echarle a perder- entonces, viendo la ilusión de niños y mayores, y acordándose que hacía muy poco que había pasado la Navidad, se le ocurrió una idea.
-¿Cómo te llamas?- le preguntó al niño que le había pedido que diese una oportunidad al tren.
-Me llamo Rodrigo.
-Muy bien Rodrigo, dime, ¿te gusta la Navidad?
-Muchísimo- dijo sin entender porqué le preguntaba eso.
-¿Me dejas tu varita un momento?
-Claro- dijo el niño.
- Subid todos conmigo-, les invitó,-¿Cómo eran las palabras mágicas que usaste el otro día?
Rodrigo, un poco avergonzado, al saber que le había oído, las repitió muy bajito. –Chis carabís, que la magia empiece aquí.
- Eh, más alto, vamos a decirlas todos juntos.
-Chis carabís que la magia empiece aquí- gritaron todos.
Y tocando cada esquina del tren dijo el jefe de estación. –Que siempre sea navidad dentro de este tren.
-¡Que buena idea!, exclamó Rodrigo.
Y el Jefe de Estación continuó. –Dentro de poco, ya no habrá vías tan estrechas como las que necesita este tren, pero haremos una cosa. Durante el año, permanecerá en la estación, para que todos podáis visitarle y recordar las historias que una día sucedieron en estos vagones, y conservaremos la vía, que llega hasta la siguiente estación, para que cada 5 de enero, este tren tan maravilloso, recoja a sus Majestades los Reyes Magos, para ayudarles en su camino hasta León, así podrán descansar el último trozo de camino, y cuando lleguen a nuestra ciudad, puedan repartir los juguetes a todos los niños mucho más descansados.
-Bravo bravo-, dijeron todos.
-Ahora, falta una cosa. Rodrigo, te concedo el privilegio de darle un nombre a esta locomotora, gracias a ti y la ilusión que contagiaste a todos, ha podido sobrevivir…
El niño, no lo pensó ni un minuto y dijo – ya tiene nombre, me lo dijo ella el otro día, se llama MIKADO.
-¿Ah si?- se sorprendió el Jefe de estación.
-Si es como se anima cuando tiene que subir una gran cuesta, no la ha oído como hace mi-ka-do, mi-ka-do, es como si se animase a si mismo este tren.
Todos estallaron en risas, era verdad y dijeron al unísono mi-ka-do-mi-ka-do, imitando el ruido del tren.
Y desde ese día, cada 5 de enero, los Reyes Magos recorren en último tramo del camino en la locomotora MIKADO con sus pajes, camellos y juguetes.
Y colorín colorado, este cuento, se ha terminado.
León, 26 enero 2011