EL POZO DE LOS DESEOS
Son muchas las fuentes, que entre unos y otros, tras la Fontana de Trevi, se han inventado como pozos de deseos, para que los turistas lancen sus monedas al agua, y los funcionarios de turno, lejos de encomendar dichos tributos a la diosa fortuna o vaya a saber que gracioso espíritu tiene a bien conceder los anhelos pedidos, terminan recogiéndolas con un escobón, y bastante esfuerzo, para que no se atasquen los desagües de las fuentes y los bordes de las mismas acaben oxidados por el efectos del agua sobre el vil metal.
Sin embargo, existe un pozo en Gijón, frente al Palacio de Cimadevilla al que yo guardo especial cariño. Y se preguntarán por qué después de tan escéptico inicio. Pues muy sencillo, un buen día, paseando por la zona con mi hijo, se acercó a él, y me pregunto si era un poco de los deseos. –Por supuesto- le dije yo, pues ya saben de mi afición a despertar la imaginación de los niños con todo tipo de historias y especialmente las que acercan naturaleza y seres mitológicos a lo humano.
Entonces, él me pidió una moneda para pedir su deseo; decidí darle una de solo 20 céntimos, no fue por ser tacaña con la diosa fortuna, sino porque cerca de donde estábamos, había un hombre tocando el violín, para el que reservé el resto de monedas de mayor valor de mi cartera, en un ataque de realidad. Mi hijo arrojó la moneda muy pensativo, tras lo cual se quedó con unos amiguitos observando el interior del pozo a través de los barrotes que custodiaban el hueco durante un rato, mientras los mayores nos sentábamos en una terraza cercana.
Al cabo de unos minutos, regresó ilusionado a mi lado, para decirme todos los deseos que había pedido, como si fuera su carta a los reyes magos… una ballesta, un arco y muchas flechas -y que fuéramos los más ricos-, me dijo con sus ojos negros enormes y brillantes como dos moras.
- No hijo-, le respondí, -un pozo de deseos, no vale para pedir cosas materiales sino para que sucedan cosas buenas, algo importante, algo especial, que desees que pase con todas tus fuerzas.
Atardecía, el sol caía sobre el mar, tiñendo la tarde de una luz mágica y destellos dorados. El niño regresó junto al pozo, dio una vuelta, otra. Miró un rato hacia el cielo y regresó junto a mí de nuevo.
-Ya sé lo que voy a pedir, rápido, dame otra moneda.
Yo le miré atentamente, intentando adivinar que había tras la sonrisa pícara que lucía.
-Vamos- me apuró.
-¿Dime cuál es tu deseo?
-Voy a pedir que resucite el abuelito Jesús- me dijo con total convencimiento.
-Pero eso es imposible- le dije en un principio.
-¿por qué?- me preguntó incrédulo
* * *
Dice el poeta, que no habremos muerto mientras alguien nos recuerde, por eso, aquella tarde, decidí darle otra moneda que arrojar al pozo, pues aunque el milagro, bien sabía que sería imposible de cumplir en sentido literal, en realidad ya se había producido. Rodrigo nació años después de haber muerto su abuelo. Pero yo siempre quise que tuviera un hueco para él en su memoria, por lo que le había contado, mil y una historias con su abuelito Jesús como protagonista. Por eso, cuando aquella tarde de verano, cuando el sol rozaba ya el horizonte y una moneda quedó suspendida por unos instantes en el vació, camino al fondo oscuro de un pozo, mi corazón, quiso creer que por esa noche al menos, los milagros podían convertirse en realidad.