PEQUEÑOS DETALLES
-Se acabó- me dije, -deja de un puñetera vez de organizar la casa, hoy estas sola, y nadie va a venir a valorar el grado de perfección del brillo de la madera.
Así que, me arranqué la ropa de andar por casa, una ducha rápida, y me puse el culotte de la bici. Hacía demasiado tiempo que no tenía una mañana para mí, sin otra responsabilidad que cuidar de mi misma.
Salí de casa, y enseguida, enfilé el camino que lleva hacia el rio, consciente de mi respiración. Al principio, fatigada por el gran repecho que tengo que superar para alcanzar el otro lado, pero mi cabeza aun no está conmigo. Cuesta desconectar. Aun mi cabeza organiza cosas sin descanso.
Por fin, dejo atrás el asfalto, y los coches y… Salgo al camino y me obligo a concentrarme en el sonido de las piedras, y la arena que se desplaza bajo mis ruedas, en los olores del campo, y en respirar al ritmo de mis pedaladas.
El camino se estrecha, y el rumor del agua me alcanza. –Pedalea, pedalea y no pienses, solo absorbe lo que tienes alrededor. Empiezo a ser consciente del ritmo de mis pulsaciones, las primeras gotas de sudor caen por mi frente, durante unos pocos quilómetros. Alguna mariposa tropieza conmigo. Escucho algunos conejos y roedores que se alejan de mi entre la maleza cuando me acerco a sus madrigueras.
-Pedalea, pedalea- aun no hace demasiado calor, pero deseo alcanzar la zona de arboles antes de que el sol abrase. Subo ligeramente el ritmo, concentrada en el camino por recorrer, inspirar, expirar, inspirar, expirar. –Pedalea, pedalea-, y entonces, sucede el milagro, vuelvo a dominar mi mente, mis pensamientos, el ritmo de mi cuerpo. Me olvido de todo lo que no sea respirar, más fuerte, más fuerte. Lleno mis pulmones, el corazón bombea sangre a todos los rincones de mi cuerpo, las endorfinas liberadas, por fín, hacen su trabajo, y recuerdo que estoy viva, que más allá de todo y todos los que dependen de mi, estoy yo también. No sé si tengo ganas de reír o llorar, las sensaciones salen a flor de piel.
-Pedalea, pedalea.
El rio ruje más fuerte, el sol se cuela entre las hojas de la arboleda que estrecha mi camino, huele a tomillo a hierba húmeda.
Se abren mil imágenes en mi cabeza, mil argumentos, las ideas pelean por hacerse un hueco en alguna parte. Una bajada intensa, la adrenalina sube de nivel: arriba, arriba, y al final de la cuesta, con la respiración aun agitada por el esfuerzo, observo las hojas que hay en el suelo, están doradas, al igual que las que hay en la copa de los arboles. En la ciudad, es verano, lo dicen en la tele, y las ciudades se achicharran bajo una ola de calor africano, y nosotros nos lo creemos, bueno, hoy, yo no. Hace demasiado tiempo que vivo en el campo, para saber, que la naturaleza no entiende de predicciones ni de fechas, de shares, ni de audiencias, solo late, y sigue su propio ritmo. Y en cada pequeño detalle que percibo a mi alrededor, me doy cuenta que nos acercamos a una nueva estación, el otoño, acecha. Y me siento feliz, de estar el algún lugar, rodeada de nadie y de todo, empapada en sudor, con el corazón aun latiendo fuerte, escuchando el rumor de las hojas, para descubrir, antes que la mayoría de la gente, que el mundo no se ha parado.
Feliz semana.