OPERACION NESS
La cuenta atrás terminó y ya está todo listo para su publicación a falta de portada. ¿Quieren ayudarme?
Como inspiración ahí va el primer capítulo:
OPERACION NESS. EL ANGULO MUERTO DE LA LEY
Las leyes son como las telas de araña,
a través de las cuales
pasan libremente las moscas grandes y
quedan enredadas las pequeñas.
Honoré de Balzac
La sociedad es un manicomio
cuyos guardianes son los funcionarios de policía.
August Strinberg
1
Jueves, 9 marzo de 2001
-¿Cómo están tus hombres?
-¿Quién lo pregunta? ¿El Comisario Cortejoso o Alberto?
-No me toques los cojones Marcos, estamos hablando tú y yo, aunque si quieres podemos proseguir esta conversación fuera de la Comisaria-, le respondió llevándose a la boca un cigarrillo.
-No estaría mal- convino el Inspector ofreciéndole fuego. -A veces pienso que las paredes de este edificio tienen oídos.
Ambos salieron del despacho en dirección a La Oficina, una tasca cercana a la Central de Policía, donde los miembros de la Brigada de estupefacientes solían quedar habitualmente.
El interior resultaba algo hosco y oscuro, y la limpieza no era una de sus principales virtudes, sin embargo les trataban bien allí. Respetaban los precios de antes del euro, y sobre la barra, siempre había bandejas con tapas de embutido a su disposición.
-Buenos días- les saludó el propietario pasando con gesto mecánico una bayeta sobre la barra, - hoy han madrugado mucho, ¿lo de siempre?
-Si, gracias Pepín – le respondió el Comisario.
-Siéntense que enseguida se lo acerco a la mesa.
Los hombres asintieron y se retiraron de la barra mientras el camarero les preparaba sendos cafés con leche, en una cafetera que tenía tantos años como el bar. Se sentaron en una zona apartada donde podían hablar con más intimidad.
Ambos se conocían desde hacía tiempo. Habían trabajado juntos en la Brigada Central durante cinco años, y cuando Alberto ascendió a Comisario, ofreció a su segundo, acompañarle en su nuevo destino.
El Inspector Marcos Álvarez aceptó la propuesta. Nunca le gustó Madrid, y después de separarse de su mujer, nada le retenía allí. Con cuarenta años recién cumplidos, no le pareció mala idea regresar a Asturias, de donde salió a los 21 años para formarse como Policía, junto a sus compañeros de la segunda promoción de Ávila.
Aun resultaba atractivo, media más de metro ochenta y cinco de altura y sus ojos verdes que resaltaban sobre su tez morena, contribuían a ello en gran medida.
Cortejoso por su parte, no pasaba fácilmente desapercibido. Era aun más alto que su compañero, al menos daba esa sensación debido a su gran corpulencia. Tenía el pelo canoso y una espesa barba ocultaba sus rasgos.
No era un comisario convencional. Los despachos le daban fobia, por eso se involucraba personalmente en muchas investigaciones y ahora estaba metido hasta las cejas, dando apoyo a una operación que tenía en jaque a los hombres de Álvarez.
-Aun no me has contestado. ¿Cómo está tu gente?
-Agobiados. Demasiada presión, mucho trabajo, y ningún resultado.
El dueño del local se acercó a la mesa discretamente para servirles los cafés y enseguida se retiró a la barra. El Comisario le dio las gracias y continuó con su conversación. - ¿Marcos, a qué crees que es debido, que desde el Romios, no haya salido nada importante?
-Ya sabes que el grupo ha cambiado mucho en los dos últimos años. Desde la jubilación de Santos nos fallan muchos confidentes, nadie estaba mejor relacionado ni tenía más olfato que él, salvo Joaquín, y ya tienes conocimiento que desde lo de su hijo, no es el mismo, más bien nos pone en peligro a menudo.
-Ya hemos hablado de eso – le cortó el Comisario eludiendo el tema. Joaquín era amigo personal suyo, y no se sentía con fuerzas de apartar ahora, a alguien que fue un excelente policía, por causa de una desgracia personal tan importante. Él mismo era padre de un chico, con parecida edad a la que tenía Javier, cuando se suicidó con la pistola de su padre.
Encendió otro cigarrillo aspirando una profunda calada, esperando que aliviase un poco la tensión que le provocaba aquel asunto. El humo espero enturbió el aire, ya bastante espeso por los olores que salían desde la cocina.
-Tú me pediste gente joven para el grupo…- continuó.
-Tienes razón, pero hay algo que sigue fallando. Siempre fui consciente que la falta de experiencia, no se suple fácilmente con las ganas de trabajar, o los conocimientos que puedan aportar compañeros con menos años en el cuerpo, sin embargo, siguen siendo más de lo mismo, y al final resultamos demasiado, cómo te diría, previsibles.
-¿Previsibles? ¿A que te refieres? ¿No estarás insinuando que hay un topo en el grupo?
-En absoluto – dijo el Inspector rotundo, - es solo que da la sensación de que los delincuentes conocen perfectamente nuestro modo de operar. Para el menudeo no tiene importancia, da igual que montemos un servicio innumerables veces en la misma discoteca, que esos estúpidos pastilleros siguen trapicheando por idénticos lugares. Me refiero a que somos previsibles para los narcos importantes. Ya sabes que los jueces no nos ayudan mucho en general, y tardamos demasiado en actuar.
Marcos apuró su café apartando la taza a un lado. Tomó el sobre vacío del azúcar, varios palillos y depositó junto a ellos varias monedas que dispuso cuidadosamente sobre la mesa.
-¿Por qué crees que conseguimos atrapar la carga del Romios? – le preguntó al Comisario, apartando por un segundo la vista de los objetos que ahora movía, como si fuesen piezas de ajedrez.
-La brigada Central llevaba semanas tras ellos desde que zarparon de Panamá, ¿un buen trabajo de investigación?
- Si cojonudo, pero hubo más- dijo arrojando unas gotas de café alrededor del sobre de azúcar, - les trincamos por el chapapote.
-¿Pero qué estás diciendo?-, le respondió incrédulo Cortejoso, mirando el imaginario puzle que su compañero había dispuesto en el tapete.
-Verás- le dijo señalando el cenicero que había colocado a la izquierda, - esto es A Coruña, el mechero que está a su lado Gijón, y el palillero Panamá. En el informe oficial no figura nada- dijo moviendo el sobre de azúcar que representaba al barco desde el palillero hasta el espacio que había entre el mechero y el cenicero -, pero el destino de ese buque eran las costas coruñesas. Allí cuentan con infraestructuras suficientes para descargar la mercancía sin que llegásemos siquiera a olerla. Sin embargo -, continuó extendiendo el café alrededor del cenicero -, al producirse el accidente del Prestige, los Guardacostas y la Guardia Civil tenían patrulleras por toda la zona, - señaló los trozos de palillos que había dispuesto alrededor del cenicero -, lo que les obligó a permanecer al pairo en Asturias durante una semana. La Central les había perdido la pista en Francia, porque la baliza que se fijó al casco se perdió durante la travesía, y si el hambre no hubiese apretado lo suficiente a la tripulación como para obligarles a tocar el puerto de Gijón, no hubiera sido nada fácil abordarles en Galicia. ¿Y quién podía prever la tragedia del petrolero? Nadie– concluyó el Inspector.
-Lo siento pero sigo sin comprenderte. Supongo que la suerte muchas veces influye en nuestro trabajo, y así pudo ser en el caso del Romios, pero sin investigación, sinceramente, soy de los que no creen ni en la suerte ni en las casualidades.
-Claro, claro, ahí está la clave, ¿Has visto Los Intocables?
-¿Te refieres a la película sobre Al Capone?
-Si, ¿recuerdas cuando Elliot Ness habla con el agente que trabaja en la calle, y le sugiere que busque colaboradores fuera del Departamento, porque cada vez que intenta dar un golpe a la mafia “ellos” están sobre aviso?
-No me jodas, me hablas del Chicago de los años 20 y “la ley seca”. Si, lo recuerdo, pero ¿que tiene que ver una comisaria corrupta con nosotros?
-Pues que al final es lo mismo, ¿qué más da alcohol o drogas?, no hace falta que nadie les diga dónde vamos a actuar, pero conocen a fondo las leyes y sus derechos, y para cuando conseguimos una orden de registro, o pinchar un teléfono, ha pasado tanto tiempo que deben ser tontos de remate si no nos han mordido[1] ya. Nuestros procedimientos son demasiado estándar, nos falta imaginación y rapidez por culpa del procedimiento.
-Pues si te parece podemos contratar un ilusionista. ¡No me jodas Marcos! – Explotó Cortejoso.
-Escúchame- le dijo sujetándole el brazo y acercándose más al Comisario para continuar su conversación en un tono de voz que no admitía replica aunque casi era un susurro.
-Un ilusionista no, pero lo que te propongo no es nada nuevo, el Centro Nacional de Inteligencia lo lleva haciendo años. ¿Por qué la Policía no cuenta con gente de fuera? Y no me refiero a los técnicos. He pensado que bastaría con tres o cuatro personas. Necesitamos alguien que siga sus movimientos bancarios y sepa interpretarlos. Un par de locos de la informática que dominen la red. Y un químico que esté investigando con sustancias nuevas.
-¿Estas majara o qué?, reconozco que serían líneas alternativas de investigación interesantes. Pero ¿dónde piensas encontrar esos expertos? ¿Quién los va a contratar? ¿Conoces a algún pretencioso directivo de banca que levantase su gordo culo del sillón para ayudarnos? Y porqué no hablar de los químicos e ingenieros, están todos locos. Y otra, ¿cómo les vamos a pagar? Estamos más bien justos de presupuesto…
-¿Y los delincuentes, acaso es gente cuerda? He pensado en todo y te aseguro que los “banqueros” y los científicos no son todos como te imaginas…
-¿A no? – le desafió el comisario, -deberías conocer al director de la sucursal donde tengo mis ahorros.
-Incluso hay quien no trabaja solo por dinero…
El Inspector interrumpió la conversación de repente. Varios compañeros de la Comisaría habían entrado en el local.
-¿Jefe, no es hora de pasear a su perro? – dijo Álvarez haciendo un gesto de complicidad al Comisario.
Cortejoso le traspasó con su mirada, - esto pasa de castaño oscuro – pensó. Pero en realidad el Inspector había conseguido despertar su curiosidad.
-Pepín, ¿Qué te debo?-pregunto de forma mecánica, puesto que sabia y de sobra el precio de dos cafés.
Depositó unas monedas sobre la barra mientras se despedía de los compañeros. Ya en la calle, acordó encontrarse con el Inspector media hora más tarde, en la senda que subía al Elogio, un famoso monumento de hormigón ubicado en el alto de los acantilados que Chillida bautizó como Elogio al Horizonte, aunque en realidad casi ningún Gijonés es capaz de entender en toda su expresión, por lo que fue popularmente rebautizado, por su extraña forma y grandes dimensiones, como wáter de King Kong.