UNA TARDE CUALQUIERA

 

Hace unos días, revolviendo en un altillo, mi hijo encontró una de mis viejas gorras del circuito de Cheste. Le llamo mucho la atención por el colorido y porque llevaba bordado el perímetro de la carrera. Salió corriendo para enseñármela – Mira mamá- me dijo, he encontrado una gorra de moto GP.

-Ten cuidado con ella- le advertí, - es de la última carrera  que vi y la tengo mucho cariño.

Él estuvo a vueltas con la gorra durante todo el fin de semana hasta que logró convencerme para llevarla al colegio para enseñársela a sus amigos.

Cuando regresó el lunes, estaba todo ofendido porque el padre de un compañero le había dicho que no se creía que una chica pudiera ser de moto GP.

-Y  qué le  contestaste- le pregunte yo. A lo que mi hijo me respondió, -que claro que su madre podía ser de moto GP, y hasta le dije que tenias pandilla.

Uff, me quedé pensativa, mi pandilla de las motos… hablar de pandilla es hablar de algo que te hace fuerte, que te hacer sentir parte de algo importante. La verdad es que de vez en cuando la echo de menos… Repaso sus nombres, la mayoría, de una manera u otra seguimos en contacto, pero, esos sábados de asfalto y camaradería quedan muy lejos en el tiempo, pero tan cerca a la vez.

Pasó la semana, y por casualidades de la vida, me encontré una tarde de sábado viendo el futbol con unos cuantos amigos, ganó el Atlethi, y lo celebramos echando un futbolín, mi equipo ganó por goleada… y volví a pensar en ellos el domingo.

Hacia un sol esplendido. Me adelantó una moto, y otra y otra. Ese rugir de motores, la tarde de futbolín, la gorra. Envié un wpp a Jota, -¿Dónde andas?- que en realidad no era sino un SOS.

-¿Que necesitas? – me respondió al instante. –He quedado a las 3.30 en la gasolinera con Quinti para tomar un café.

Salí disparada, estaban a solo 5 minutos de mi, quizá llegase a tiempo.

Nada más entrar en la estación de servicio reconocí el mono teñido de mosquitos y la GSXR de Quintí, prácticamente el único de la pandilla que aún  conserva su moto. Paré el coche a su lado, baje la ventanilla y le saludé como en los viejos tiempos.

-Esa sonrisa- pensé, con alguna arruga más y su pelo canoso bajo el casco, me recibió con la misma calidez que cualquier día de un fin de semana años atrás.

Aparcamos ahí mismo, y llegó Jota, y paró alguno más, incluida Carbonilla. Y hablamos de esto y aquello, y de viejas batallas, y , y… allí estaba de nuevo la pandilla. Un poco más mayores, con un café entre las manos en vez de una cerveza, pero allí estábamos, como siempre… Hicimos planes – El próximo año por estas fechas, todos con moto de nuevo, tenemos que ir a Mahon.

Quién sabe, ¿por qué no?

Pasó el tiempo volando y nos tuvimos que despedir, pero yo no puede resistirme a tomar el camino al Puerto, y subir de vueltas mi BMW para oír rugir su motor, disfrutando del sol y el viento en la cara, con la música a todo trapo, y me di dije – no te ha ido tan mal, querida Carbonilla- es como en ese libro, vas feliz, conduciendo el coche con el que soñabas,  haces lo que quieres, y tienes a tu lado una familia mejor que con la que nunca pudiste imaginar, y mi vieja pandilla, ahí sigue, ahí está.

Hola mundo, no pares, que todavía ¡no me quiero bajar!!!

Y tu Carbonilla, duerme otro poco, quizá un poco más adelante, te vuelva a necesitar.

Hola a todos, bienvenidos a mi blog

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