Novata, Por fin vacaciones II
Mi avión salía a las nueve de la mañana de barajas. Carmen, una buena amiga madrileña, me llevó al aeropuerto.
Yo había ido la noche anterior a dormir a su casa, donde había dejado el coche hasta mi vuelta. -¡Menudo viaje, más productivo y bien aprovechado!-, había pensado, voy a poder visitar a muchos amigos que hace un montón que no veo.
Salimos sin retraso, no estaba mal... lo que no estaba tan bien era el trasto en el que viajábamos.
Ahora sabía porqué me había salido tan barato el pasaje...¡menuda carraca!. Pero bueno, habrá que ser optimistas, si el piloto se ha montado, será que está seguro de poder llevar este avión a puerto seguro...¡Aunque no sé yo...!
Aterrizamos a media mañana después de un trayecto sin incidencias. La verdad es que se me había pasado el tiempo en un periquete, pues aproveché la mayor parte del tiempo repasando mis conocimientos de italiano: cíao, io sono, tu sei, lui/lei sono....noi siamo.
En cuanto salí a la terminal de llegadas, ví a Luca. Estaba al otro lado y me buscaba despistado entre los pasajeros.
- Ciao Luca- le grite, -sono qui.
Enseguida me vio y corrió a darme un abrazo y dos sonoros besos en las mejillas. Creo que estaba tan contento como yo. Cogió mi mochila y me indicó que le siguiera hasta el coche. Me dijo que los demás nos esperaban en Varese, que es la villa donde vivían.
A pesar de ser octubre, hacia un tiempo magnífico y el radiante sol que brillaba contribuía a mejorar mi estado de ánimo, si es que eso era posible. ¿Qué mas podía pedir?, estaba de vacaciones, haciendo un viaje magnífico, iba a encontrarme con muchos amigos y encima acompañaba el tiempo. No se podía ser más feliz.
Luca condujo velozmente, su Volkswagen Golf descapotable por la autopista hasta Varese mientras charlábamos sin parar, recordando nuestras correrías por la playa, hablándome de unos y otros y preguntándome por la nuestros amigos españoles.
El no había hablado a los demás de mi presencia en Italia, pero todos estaban aguardando su llegada en una plaza situada frente a la casa de Mario porque les había dicho que les tenía una gran sorpresa.
Alguien llamó a su móvil, era Rosario.
Rosario era otro de nuestros amigos italianos. Era un tipo realmente simpático, y con un aspecto que hacía juego con su carácter. Muy bajito, apenas le quedaba pelo, pero esta circunstancia la llevaba siempre con una gran sonrisa en la cara y su eterna gorra de béisbol.
Su madre había sido la encargada de preparar la comida, y estaba impaciente por saber, quién era la sorpresa.
Luca me paso el teléfono, y en cuanto le salude conoció mi voz, poniéndose muy contento.
Era fantástico recibir tantas muestras de afecto en un país que no era el mío, a pesar de lo cual, estaban consiguiendo hacerme sentir como en casa.
Dejamos la autopista y entramos en Varese. ¡Dios mío!, era aun mucho más bonito de lo que pensaba.
Situado en plenos Alpes italianos, estaba justamente en la frontera con Lugano, Suiza. De hecho, están tan cerca estas dos ciudades, que los italianos suelen ir a repostar gasolina a las estaciones de servicio de sus vecinos suizos, donde el combustible es más barato.
La carretera nos condujo directamente a la plaza principal, donde estaba esperando el resto de la pandilla.
Apenas nos dio tiempo a estacionar, cuando todos saltaron sobre mí, dándome abrazos de bienvenida. Todos querían llevarme a sus casas y presentarme a sus familias. Realmente si que era gente hospitalaria... No me habían mentido ni lo más mínimo cuando me invitaron a conocer su país.
Recorrimos uno a uno, los hogares de todos ellos. Vivían en construcciones típicas de la zona, chalets individuales en los que predominaban la piedra y la madera, diseñados con un gusto exquisito, y una sencillez, que te hacia sentir a gusto inmediatamente.
En cada visita, tuve que tomar el famoso Lambrusco, un vino típico de la zona, que por cierto entraba como el agua, pero que se subía a la cabeza como el champan, por lo que cuando llegamos a casa de Rosario para almorzar, yo, que no estaba acostumbrada a beber tan de mañana, llegué con una alegría en el cuerpo Macarena que no te quiero ni contar.
El menú resultó exquisito, y si no fuera porque el avión salía en menos de dos horas, seguro que me hubiese echado una siesta en el jardín que rodeaba la casa de Rosario, mecida por los rayos de sol que aun calentaban lo suficiente como para provocar esa sensación de caricias en el rostro cuando se mezcla con la suave brisa.
No hubo tiempo para mucho más, salvo una efusiva despedida, y promesas de un pronto regreso.
Debo reconocer que algunas lágrimas rodaron por mis mejillas cuando de nuevo en el Volkswagen de Luca, dejamos atrás Varese y sus gentes para entrar en la autopista.
Ya en el aeropuerto, Luca me rogó que intentase cambiar el billete y me quedase unos días. ¡Qué más hubiese querido yo!, había sido uno de esos días, que si hubiese podido, lo hubiera guardado en una cajita de cristal, rodeándolo con una cinta de color para que no se escapase nunca. Un día que recordaría toda mi vida. Ojalá pudiera haberlo alargado, pero alguien me estaba esperando en Austria... y el pasaje ya estaba cerrado.
Subí al avión, y me prometí no ponerme triste, todavía quedaban muchas emociones y lugares por recorrer...