Dinosaurios new age. Capítulo I
Sonó el teléfono de nuevo. Era martes de mercado y la oficina estaba de bote en bote.
- Es para ti - me dijo Fernando, -¿Donde te lo pasó?
- A mi mesa por favor- le respondí dejando la escritura sobre la fotocopiadora. Porque una, a pesar de haber ascendido seguía haciéndose sus fotocopias cuando no contábamos con un becario al que encomendarle la labor.
- ¿Dígame?
- Un momentito que te paso - me respondió la dulce y susurrante voz de Maribel, la telefonista de la oficina principal que no necesitaba presentación.
- Ay madre, que seguro que me llama el gran jefe- me dije yo. Porque él era la única persona que nunca llamaba directamente. - ¿Que habré hecho?- seguí con mis cábalas, porque la verdad, es que hacía meses que no sabía nada de él, y casi siempre eso es lo mejor que te puede pasar.
- ¿Marieta? - me respondieron al otro lado con un acento gallego que no dejaba lugar a dudas sobre quien era mi interlocutor.
- Hola Carlos Manuel - respondí intentando que mi voz sonase amable. Porque el gran jefe tiene nombre, aunque creo que nunca se lo había dicho.
- ¿Cómo va todo?
- Bien, bien.
Y como el gran jefe siempre va al grano, se dejó lo de preguntar por el tiempo para otro momento así que sin más preámbulos me invitó a pasar por su despacho esa tarde.
- Por supuesto - acepte yo la invitación. - ¿A qué hora te va bien?
- A las cinco te parece bien.
- Que listillo el tío, como el llega a plato puesto y vive a cinco minutos de la oficina, poco le importe que yo tenga que ir con la cuchara en la boca si me descuido, y por supuesto a la porra frita la siesta, con lo bien que me venía hoy- pensaba para mí.
- Ningún problema- le conteste sin embargo con mi más encantadora sonrisa aunque él no pudiera verla.
- Pues hasta la tarde entonces.
- Hasta luego- le dije yo, para darle un aire informal a la cosa.
Ilusa, más que ilusa. ¿Cuándo ha tenido nada carácter informal con el jefe? Porque claro, por mucho que uno finja tener confianza con sus jefes, siempre es mentira cochina, o si no, ¿por qué cuando se montan partidos amistosos Territorial de Gijón contra Zona de Castilla los que más goles marcan son los jefes, eh, eh? ¿Porque ellos juegan mejor y en el campo somos todos colegillas? ¡ Anda ya!
A lo que iba, que esa misma tarde, con una barrita energética y un zumo, por toda comida, me presenté en el despacho de Carlos Manuel, a ver qué tripa se le había roto.
A esas horas, no había por la Oficina Principal, ni su secretaria. Normal. En esa época, aun eran bastantes los compañeros que aunque no tenían trabajo ni para ocupar la mañana, volvían por la tarde para hacer la pelota al Jefe, pero claro, una cosa es hacer la pelota y otra atragantarse con la comida y mucho menos saltarse la siesta. Así que, hasta las 17.30, no llegaba nadie.
Subí a la primera planta, donde estaban los despachos. Carlos Manuel ya estaba allí. -¿Este tío ni come ni duerme?- me pregunté.
Llamé a la puerta que se encontraba entreabierta.
-Pasa, pasa y siéntate- me indicó señalando una silla frente a su mesa sin levantar la mirada de la pantalla del ordenador.
- Voy a ser breve- me dijo al cabo de unos segundos.
-¡Qué raro! – pensé.
- Solo quería decirte que se que estás trabajando duro…
- Leche, un cumplido, eso si que es raro de verdad- seguí cavilando.
- Y también sé que piensas que ya te toca ir acercándote a León.
-Por fin lo ha pescado, solo llevo deseándolo, ¿cuánto? tres años – obvie de nuevo trasladar a palabras mis pensamientos.
- La verdad es que tenía pensado que esto se produjese lo antes posible ya que estamos haciendo algunos cambios en las oficinas urbanas, y es mi intención ofrecerte una, pero también sabes que para ello tenemos que solucionar antes el problema de Emilio. Le van a conceder el traslado a Madrid, y no tenemos quien se haga cargo de Astoria por el momento, así que mientras esto no se arregle, no puedo dejar esa oficina sin apoderados.
- No me lo puedo creer- Pensé. –He dedicado tres años de mi vida a sacarle las castañas del fuego a este hombre, vale, he aprendido mucho con él, pero, ahora que me toca acercarme a casa y ascender le da por marcharse- No dije nada para no parecer una egoísta, para responder con un simple – lo entiendo.
- Bien, solo quería que supieras que sé que estás trabajando mucho y que sigo teniéndote en mente para una dirección en cuanto sea posible, gracias por venir.
Salí del despacho absolutamente desmoralizada, aguantando la sonrisa el tiempo exacto que tardé en cerrar la puerta.
¡Será cabrito el tío!, pero no me podía haber dicho esto mismo por teléfono y me habría ahorrado el paseo y la dieta…Qué hombre, si es que hasta para ponerte una flor lo tiene que hacer jorobando.
En fin, que se le va a hacer, pensé y como por aquellas, contra viento y marea, una seguía siendo de naturaleza optimista pues me dije –anda, a ver si se arregla pronto lo de Emiliano y puedes venir antes de que el Jefe cambie de opinión.
Además, siempre he pensado, que cuando se quiere que suceda algo, solo hay que desearlo con mucha fuerza para que termine ocurriendo. Me refiero a cosas buenas, claro, no se vayan a pensar que desde que escribí novata a babor una se ha maleado tanto como para dedicarse a la magia negra.
Y esta entrevista, por llamar mi reunión relámpago con Carlos Manuel de alguna manera, reafirmó lo que llevaba pensando desde hacía un tiempo.
Verán, transcurrido un año de ejercer de flamante jefe de riesgos en la Oficina de Astoria, me fui cansando de hacer lo mismo que hacía antes del nombramiento, eso si, cobrando un poco más, y firmando personalmente mis informes, que siempre es bueno para el propio ego, y de cara a la galería, que se reconozca la labor propia.
Algunos estarían muy contentos en esta posición, sobre todo aquellos que lo que buscan es una vida tranquila, sin sobresaltos ni sorpresas, con compañeros a los que conoces mejor que a tu propia familia, aunque sea a la fuerza, en definitiva me cansé de esta vida tan aburrida.
Entonces empecé a desear un cambio. ¿Por qué ser Jefa de Riesgos pudiendo ser Jefa de una Oficina enterita?
Olvidé ese dicho tan bueno que es "Virgencita que me quede como estoy", y empecé a desear obtener otro puesto.
Y tanto ir el cántaro a la fuente, quiero decir, tanto desear, tanto desear, parecía que ahora mi deseo estaba más cerca de cumplirse. Solo de pensar en ello me ponía loca de contento, como suponía que harían todos en casa. Pues no viste ni nada decir que tienes una hija Directora de Banco, y tan joven.
- Quiero ser directora- me repetía una y otra vez la Lupra que llevaba dentro. - Quiero ser directora...
Ser Directora, haría que por fin pudiera cambiar de tribu. Ah, ¿que no conocen las tribus que componen los recursos humanos de cualquier organización empresarial?
Perdón, es verdad, ya les había contado cómo era la pirámide de la Caixa Anduriña pero nada sobre indios. Pues yo se lo explico.
Verán, en general, me he inventado, basándome en nombres ya tradicionales, una clasificación para los empleados de Banca según cuatro grandes tribus:
1. Los Incas
2. Los Mayas
3. Los Aztecas.
4. Los Arapajoes.
Vale, ya se que estoy mezclando un poco, pero puestos a inventar, cada uno lo hace como le da la gana.
A lo que íbamos. En Astoria, yo era una Inca de pura raza. Llegaba a la oficina a las ocho en punto, momento en que INCAba los cuernos en la faena hasta las siete u ocho de la tarde por lo menos. Vale, debe reconocer que al final casi nunca los hincaba mas allá de las tres, pero el caso es que trabajaba como una fiera durante ese tiempo.
Con el ascenso a Directora, pensaba pasar del tirón a ser un Harapajoe por lo menos. Pero con el tiempo me he dado cuenta que para ello hay que ser por lo menos gran jefe; sino a ver quien es el guapo que puede pasarse toda la semana por ahí de gestiones para llegar el viernes a eso de las dos y ¡HARA PA JOer!, convocar una reunión para las seis de la tarde con un orden del día basado en darle otra vueltecita a un tema que ya llevaba 10 días cerrado.
A toro pasado, y a riesgo de adelantarme cronológicamente en mi relato, le diré que una vez conseguido mi deseo, muchas veces pensé. ¡Ay Marieta, vaya lio en que te has metido!, con lo a gusto que estabas aburriéndote en Astoria.
Ahora solo eres una Maya de medio pelo que cada ve que vuelves de patear hasta dejar la suela del mocasín gastado para casi nada, cuando entras en la oficina preguntando si MAYAmao alguien no tienes mas recados que los del gran jefe preguntando a ver si por fin ese mes vas a cumplir objetivos. Y como Azteca no tienes precio, yo digo a la gente de la oficina AZTECArgo de esto o lo otro, cada vez que me voy a la calle en busca del cliente perdido, pero todos me toman por el pito del sereno y nadie se hace cargo de nada de lo que mando.
Y es que, si algo he aprendido en estos últimos años es que ningún papel hace a uno jefe, por mucho que lo mande uno que es mucho mas jefe que tú, sino que los galones hay que ganárselos con mucho esfuerzo sí se quiere ser un jefe de los buenos, claro, que para ser un jefe harapajoe no hace falta más que mala leche.