-ÂÂ Supongo que cuando uno está acostumbrado a sentirse fuerte y cuidar de los demás tiende a olvidar que es de carne y hueso, y que en algún momento puede necesitar de una mano que le ayude a levantarse cuando cae.
- Probablemente eso es lo que me ha pasado a mi días atrás cuando despues de una mala racha a nivel personal, todo se complicó con un problema de salud que me hizo caer... y de que manera.
- La sensación de soledad y tristeza se fue apoderando de mi, al principio en silencio, poco a poco, calladamente. Casi no me daba cuenta, hasta que vi apagarse el brillo de mis ojos en un espejo. Estaba como un naufrago en gelidas aguas que va perdiendo la consciencia poco a poco, en esa muerte dulce que todos describen.
- ÂÂ Y cuando estaba a punto de tocar fondo, me di cuenta de lo estúpida que era, y todo, porque se me habia olvidado como pedir ayuda, se me habia olvidado decir "os necesito", se me habia olvidado que también era "mortal"... Y entonces, ahí estabais vosotros, para decirme ¡arriba!!!!, y recordarme la suerte que tengo de pertenecer a la tercera generación de los "chicos de la prazuela", esa gran familia que nunca se rinde, que abraza a los demás cuando lo necesita y saben decir "te quiero".
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Hace muchos años tenia un amigo.
Era una persona muy especial, creció muy deprisa, y cuando aun era un niño, pasaba con mucho la altura de la mayoria de los chicos de su clase.
Le encantaba jugar al tenis, pero sobre todo le gustaba la musica y tocar el bajo. Soñaba cada dia con tener su propio grupo, y nos enredaba a todos con sus locas ideas, en absurdos ensayos en cuadras imposibles.
Sus padres no querian que tocase el bajo, pues ciertamente era mal estudiante, y llegaron a prohibirle usar el instrumento, por eso, mi madre se lo guardaba en la trastienda de su boutique de moda.
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Sucedió una tarde, a finales del verano de 1995. Lo recuerdo bien, pues por entonces preparaba las 2 asignaturas que me quedaban para terminar Derecho: Mercantil II e Internacional Privado. Las tenía bien preparadas y por ello, me encontraba en la piscina, junto a mis padres, había poca gente.
Por aquellas fechas, Isabelita, pues aun no era Doña Isabel, acababa de llegar a la Consejería de Economía de la Junta de Castilla y León, y ni siquiera había tenido tiempo de configurar su equipo. Ella creía que tenia potestad para elegir a sus “puestos de confianza”, y en eso estaba, cuando le propuso a mi madre que se fuera con ella a Valladolid como Jefa de Gabinete de Prensa.
Con buen criterio, ella declinó su oferta, pues por entonces, era la Directora de un importante Medio de Comunicación en la ciudad, y entre otros motivos que no vienen al caso, prefirió mantener separada, su vida personal de la profesional, más si tenemos en cuenta que andaba de por medio la política. Sin embargo, entre café y café, ambas pensaron que quizá ese puesto me iría bien a mí, pues no en vano había compaginado mis estudios con trabajos en la radio, y por edad y formación, podría adaptarme bien al puesto.
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Llegó el día, el gran dia de mi colega de profesion y amigo, Senen Villanueva. Hoy por fin, presenta la tercera parte de las aventuras de Miranda Roblenuevo, y como les adelantaba, a mi me toca el honor de compartir mesa en su presentación.
Sé que por las fechas y el lugar, no será facil que acudan todos aquellos que quisieran, por ello, me he permitido, dejar aquí, lo que será mi pequeña intervención esta noche. No he querido hacer algo tradicional, pues el publico que esperamos será especialmente exigente y dificiles de contentar, imaginen, chavales de 9 años en adelante, así que pensé, ¿por qué no contarles una historia que les ponga en antecedentes del libro que hoy se presenta oficialmente?
Espero, que ustedes, la disfruten también.
* * *
Había sido un día duro, es lo que tiene la vida de los abogados, siempre pendientes de las fechas, sus papeles y lo que diga su Señoría, y después de diez días trabajando sin descanso, por fin llegó a tiempo para presentar la demanda.
Se dio cuenta, que en ese tiempo, había prestado poca atención a su mujer y su hija, y se prometió compensarlas el fin de semana.
La casa estaba en silencio, pues ellas ya se habían ido a acostar hacia tiempo. El se había demorado un rato frente al televisor, esperando que le entrara sueño, pues cuando tenía exceso de actividad, luego le costaba desconectar. Apagó la tele y se acercó a la ventana. Era una noche clara, y las primeras estrellas hacían aparición junto a la brillante luna en cuarto creciente. Por fín, apagó la luz del salón y se dirigió a su dormitorio.
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¿Recuerdan aquello que les contaba sobre el cierre de la tienda de ultramarinos de mi pueblo, por un quitatepalla que me pongo yo?... Pues bien, al final, la razón ha imperado, la lógica cayó por su peso, y finalmente, gracias a la buena voluntad de unos pocos, o unos muchos, quién sabe, mi querida "Ultramarinos Cris" seguirá abierta, bajo del mando de quien con tanto cariño la abrió en su dia. Más fuerte y con más ilusión que nunca.
Así que, puede decirse, que las cosas al final, no acabaron como se esperaba, pues simplemente, no habia llegado el final, pero esa, es otra historia, y se la contaré otro día...
Llega un momento, en que nos hemos acostumbrado a echarle la culpa de las cosas a otros, y sobre todo, tendemos a aprovechar los genéricos como: la clase política, los empresarios, la banca o cualquier otro gremio que no haya que ponerle nombres ni apellidos, y así las responsabilidades quedan más diluidas.
Pero todo cambia, vamos, que si cambia, y lo que hace unos años parecía imposible, va y pasa, ya saben, lo de la tormenta perfecta…
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Por fin, después de un largo año llega Pingüinos. Noche para compartir entre amigos. Compartir historias y momentos de camaradería. Por los que ya habéis llegado, los q estáis en camino y quienes nos ven desde allá arriba. Os añoro!!! Buena ruta. Carbonilla.
12 enero 2003
El ruido era ensordecedor, la noche fría, tan fría como cada año por estas fechas, el primer fin de semana después de Reyes.
Rugían los motores mientras al fondo restallaba una traca de cohetes que llamaba a los miles de motoristas que allí se concentraban para comenzar el desfile de antorchas.
Ese año yo estaba en primera fila junto a algunos de mis compañeros de carretera.
Desde la megafonía se pedía silencio mientras los organizadores repartían las bengalas y antorchas que iluminarían la marcha en honor a los motoristas caídos.
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