EL SECRETO DE BARLOVENTO

   Domingo, ha pasado el puente, y supongo que la mayoria se prepara para enfrentar una nueva semana. Muchos peques, estarán en la cama, alguno un poco revoltoso por la ruptura de la rutina, por eso, he pensado en colgar algunas páginas de una historia que seguro les gusta, y apuesto, que a muchos de vosotros también... pues ahí va, una historia que nevega entre galeones, entre el pasado y el presente, o tal vez, hacia el futuro????

EL SECRETO DE BARLOVENTO

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CAPITULO I

         Si para un niño de ocho años, son muchos los misterios que encierra la vida, hay uno en concreto que no deja de dar vueltas a mi cabeza. Tiene que ver, con mi abuelo Jesús. Mi madre me habla muchas veces de él, y en nuestra casa, hay muchos objetos maravillosos que le pertenecieron, como un telescópico, o  un montón de maquetas de barcos, que hizo él mismo y siempre me han prometido, que cuando crezca serán para mí.

         Mi abuela me contó, que vive en el cielo, pero yo no la creo mucho, porque yo he ido en avión hasta el cielo algunas veces, y nunca le he visto allí. Además, ¿cómo puede vivir en el cielo sin caerse?, por ejemplo. Pero nunca me atrevo a preguntarle esas cosas, porque me parece que se pone triste.

         A lo que iba, de todos los sitios en los que hay cosas suyas, hay un lugar mágico y especial, en el que me siento mucho más cerca de él, aunque no le haya conocido, y es, la casa de la playa.

         Allí, está el objeto que para mí, es más preciado, y solo puedo tocar, cuando hay algún mayor conmigo. Es la caja redonda que contiene su brújula.

         Sé que tiene algo mágico. Mi madre se la trajo de un viaje que hizo a unas islas lejanas, y no puedo evitar sentirme atraído por ella, igual que su aguja por el norte.

         Una noche, en la que estaba en la casa de la playa celebrando con mis  primas, mamá, papá, abuela y mis tíos el cumpleaños de abuela, hubo una gran tormenta que dejó a todo el pueblo sin luz.  Mamá, que no quería que tuviésemos miedo los pequeños de la casa por culpa de la oscuridad, nos dio una linterna a cada uno, encendió velas por toda la casa, y nos propuso jugar a las tinieblas, que es lo mismo que al escondite, pero sin luz.

         La idea me pareció fantástica, eso me permitía merodear a gusto por toda la casa, sin ser espiado, y había un sitio en especial donde me encantaba entrar: el camarote. Llamábamos así, a la pequeña habitación que hay en la planta baja de la casa, porque está decorada como si fuese un auténtico barco. El camarote, apenas se usa, ya que en ella estaban guardados la mayoría de los objetos que habían pertenecido al abuelo, pero yo estaba decidido a convertirlo en mi habitación cuando fuese más mayor. Por eso, en cuanto dio inicio el juego,  decidí esconderme allí. No había demasiados sitios en los que guarecerse en una estancia tan pequeña,  por eso, me metí en el armario.

         Mamá contaba en alto: - 16, 17, 18, 19 y 20. ¡Allá voy!- dijo.

         Contuve la respiración al oír que se entornaba la puerta, y las risitas de mi prima pequeña a punto de ser descubierta. La luz de un  rayo se coló, por la ventana, y para mantenerme muy quieto, empecé a contar a la espera del trueno, -uno, dos, tres, cuatro…- ¡Pum!. De repente, el retumbar del trueno hizo vibrar las tablas sobre las que estaba sentado. Al dar un respingo del susto, me di cuenta, que una de ellas se movía. Busqué a tientas una ranura, quizá hubiese un escondite secreto. Oí a mamá subir las escaleras en dirección al primer piso.- ¿Dónde estáis chicos?- preguntaba.

         Seguí dando golpecitos al suelo. -¡Aja!- me dije. Una de las tablas sonaba hueco. Deslicé mi mano hasta el final, no llegaba hasta la pared, sino que había un espacio, entre la tabla y la pared. Metí los dedos por el hueco y alumbre con mi linterna, con un poco de suerte,  mamá tardaría aun unos minutos en descubrir  a las chicas.

-¡Uhhh!- la oí decir al descubrir a Alexia.

Tenía que darme prisa, si ya había descubierto a Alexia, era cuestión de segundos que encontrase a su hermana, ambas no solían separarse más de cinco metros la una de la otra. –Carlitos, ¿dónde estás?- decía mamá.

Se oyó un golpe seco, cuando por fin logré mover la tabla de su sitio. – ¡Maldición!-, pensé, -espero que no me hayan oído.

Alumbré el hueco que había bajo la tabla, y en el escondite secreto, apareció una magnifica  caja de madera en cuya tapa había tallado un barco. Recorrí con mi mano, la cubierta, y descubrí unas letras. Leí despacio y sin darme cuenta dije en un susurro: -Barlovento-, quité el polvo que había acumulado sobre la caja con mucho cuidado y la abrí, como si de un sacrilegio se tratase. Entonces pude ver lo  que durante tantos años había permanecido oculto. Eran unos papeles escritos a mano, con letra inclinada.

Solo tuve unos segundos para ocultarla tras de mí, cuando de pronto, la puerta del armario donde estaba escondido, se abrió de golpe. Mamá y las niñas me habían descubierto, y de paso, casi me matan del susto. Tan concentrado estaba en mi hallazgo, que no me había dado cuenta de cuando habían entrado en la habitación.

Salí dejando tras de mí la caja. Y continué con el juego como si tal cosa. Tenía pensado que esa noche, cuando todos estuviesen dormidos, bajaría con mucho cuidado y podría leer lo que había escrito en los papeles guardados en la caja.

No tuve que esperar mucho. Después de jugar un par de partidas más, mamá nos mandó a la cama. Y para su sorpresa, no protesté ni un poquitín. Después de lo que me pareció una eternidad, por fin, todos se quedaron dormidos.  Me levanté con mucho cuidadito y bajé descalzo las escaleras hasta llegar al camarote. Abrí el armario, y cogí la Caja secreta. Corriendo, regresé a mi habitación que la compartía con mi prima María, que en ese momento dormía como un tronco. Pero por  si acaso, no encendí la luz. Alumbré las páginas con mi linterna totalmente tapado por las sabanas, por lo que me era difícil tener una postura cómoda. Pero valía la pena por averiguar qué eran los papeles que había encontrado.

CAPITULO II

Una vez acomodado y a salvo bajo las sábanas, empecé a leer. Primero, había una página escrita en un tipo de papel diferente al resto:

A quien encuentre esta carta, por si no regreso jamás del Mar de las Aventuras infinitas, llevar urgentemente hasta mi casa, este es el mapa que os llevará hasta ella…

Firmado: EL Capitan J. Jecan.

 

Después había un mapa.

-J. Jecan-, pensé, -La jota sería de Jesús…, es imposible-, pensé. –¿Y si él mismo  hubiese escrito esa carta y luego la escondió?

Era absurdo seguir haciendo más preguntas, primero leería la carta y después sacaría conclusiones. Y seguí leyendo.

Todo empezó una noche en que se celebraba la Virgen del Carmen, me encontraba muy solo, por lo que había subido a la azotea de la casa para ver los fuegos artificiales, y las luces de los barcos engalanados que durante la noche, sacaban a la Virgen en romería. Al poco de empezar los fuegos, algo llamó poderosamente mi atención hacia el mar, a lo lejos, me pareció ver la sombra de un galeón. NO era posible…

Baje a la Cala de la Zorra, hasta la abertura de la roca que lleva a la Cueva de los Contrabandistas, un agujero excavado en el acantilado durante años, y que según cuentan los marineros de la zona, durante muchos años, se había utilizado por los bandidos para guardar sus botines. Ahora casi nadie pisa por ella, ya que el mar suele estar batido en esta zona, y se corre el peligro de caer al agua y morir estrellado contra las rocas. Además, solo se puede entrar en determinados días del año, cuando hay luna llena y la marea esta baja. Sin embargo, no pude resistir la tentación de llegarme hasta allí. Es el mejor lugar para ver lo que sucede mar adentro sin ser visto desde tierra, ni desde el agua. Y hoy era uno de los días en los que se podía entrar a la cueva.

Oculto por la oscuridad de la noche y las sombras de las rocas, cogí mis prismáticos y los enfoqué en dirección al lugar donde creía haber visto el galeón, seguramente solo era un mercante que parecía tomar otra forma por las olas. Tan enfrascado estaba divisando el horizonte que hasta que no golpeó contra la roca, no vi la pequeña barca de remos que llegaba silenciosa hasta la cala.

En ese momento, un  marinero saltó a tierra para sujetar la chalupa mientras el otro hacía señas en dirección al mar con una antorcha.

- Señor, menos mal que le hemos encontrado, usted debe ser el Maestro Carpintero del que tanto hablan en Isla Tabarca, debe acompañarnos o el Barlovento se irá a pique con todos sus hombres.

-Pero que decís- les respondí yo.

-¡No hay tiempo para preguntas!, de camino al barco se lo contaremos todo, rápido. ¡Tuerto, ayuda al señor a subir al barco!-, le dijo al otro marino.

Sorprendido, pero muerto de curiosidad, no lo pensé dos veces y me subí a la barca, acomodándome en un estrecho banco que había en el centro.

Mala Vida, (luego me enteré de que se llamaba así), subió tras de mí, y en un periquete se puso a los remos bogando con fuerza en dirección al Barlovento.

La luna se elevaba en esos momentos en el horizonte, y al acostumbrar la vista a la penumbra, me di cuenta que los marineros estaban vestidos con unas ropas similares a las que llevaban los actores de las películas de piratas, me froté los ojos, ¿estaría soñando?. Al que Mala Vida había llamado Tuerto, llevaba un parche sobre su ojo derecho.

La brisa, arreciaba conforme nos adentrábamos en el mar hasta convertirse en un molesto viento que batía el agua encrespando las olas que nos salpicaban de vez en cuando. Todos permanecíamos en silencio. Un poco más adelante, pude ver el Galeón que había visto desde la terraza. Tenía tres palos y las velas recogidas. Y… ¡ay Dios mío! Se escoraba peligrosamente sobre la borda de estribor. Enseguida escuche voces que provenían desde el barco.

Continuará...

     

               

 

 

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