La Ratona Lola y el Secreto de la Marmita
Erase una vez, hace muchos años, una casa de campo, en la que vivían muchos animales, y entre ellos una ratona muy especial que se llamaba Lola.
Hacía poco que los dueños de la casa, la habían arreglado, y por ello durante algún tiempo, tuvo que irse a vivir a un viejo granero.Cuando por fin terminaron las obras, pudo trasladar todas sus cosas de regreso al desván de la casa, y al final del día, se sentó en el tejado a contemplar la noche.
Ensimismada en sus pensamientos, no se dio cuenta de la aparición de una sombra que atravesaba rápidamente la tapia, para detenerse al final, girar sobre sí misma, volver atrás, otra vez hasta el medio…y en su loca carrera, estar a punto de caer en el huerto de su vecino. Entonces oyó una voz que provenía de la sombra -¡Ostras!, ¿me habré perdido otra vez?
Lola, agudizó el oído, y se dio cuenta que había alguien en medio de la tapia. Con mucho cuidado, se ocultó tras la chimenea sin perder de vista al intruso. – ¿Quién y qué será?- pensó. Estaba tan oscuro, que apenas distinguía más que un bulto redondeado, dos orejas redonditas, una cola y….-Parece un ratón, pero, ¿por qué tiene una horrible chepa?- se dijo.
El animal volvió a moverse, elevando su hocico al aire, olisqueando alguna pista que le llevase a su destino.
-Chis, chis- le llamó Lola sin dejarse ver aún.
El ratón, se giró hacia el lugar del que venía el sonido.
-Hola-le dijo.
El ratón se tumbó sobre su barriga y puso sus manos sobre la cabeza para ocultarse, pero el enorme bulto que llevaba a su espalda, no le permitía esconderse.
Lola que era tan valiente como curiosa decidió acercarse sigilosamente, y se tumbó en el muro frente a él.
-Hola- repitió levantándole la mano de la cara para que pudiese verla. –Quien eres-.
El ratón, al ver que quien hablaba era una ratona, se incorporó muy digno para presentarse. -¿no has oído hablar de mi?, soy el ratoncito Pérez.
-Anda ya – le dijo Lola. –El ratón Pérez no existe.
- ¿Ah no?, y entonces ¿Qué pinta un ratón corriendo por los tejados en medio de la noche, con una mochila llena de monedas a la espalda?
Lola, se dio cuenta por fin, que lo que el ratón tenía en la espalda, no era una chepa, sino una enorme mochila de cuero.
-Entonces, ¿son verdaderas las historias que me contaba mi madre cuando me sentaba con ella y me señalaba a lo lejos diciendo, mira hija, ahí va Pérez repartiendo ilusión a los niños? Siempre me decía que tenías mucha suerte, porque con tu trabajo hacías feliz a mucha gente…- La ratona se quedó pensativa, recordando a su madre, a la cual echaba mucho de menos.
-Si es duro, pero está muy bien, sobre todo porque siempre veo a los niños como más guapos están.
- ¿Ah sí?
-Claro, dormidos, que no dan nada de guerra.
Ambos rieron juntos, mientras la luna comenzaba a asomar. Pérez se dio cuenta, y dijo, -tengo que irme ya- o no me dará tiempo a todo lo que tengo que hacer. ¿Puedes decirme donde vive el Señor David? A su nieto se le cayó ayer un diente, y debo recogerlo y entregarle su moneda.
-Si, yo puedo acompañarte, no está lejos.
- La verdad es que me harías un gran favor. ¿Cuánto hace que vives por aquí…?- le preguntó Pérez.
- No lo sé muchísimos años,
- ¿Seguro?, los ratones no vivimos mucho, entre los halcones, las trampas de los humanos, y otras cosas… pocos llegan a viejos.
-¿Y tú qué? He oído hablar de ti desde que tengo uso de razón.
-Bueno, yo si, tengo mi secreto.
- Y yo también- dijo Lola.
-Secreto por secreto-, dijo Pérez intrigado, - pero me lo cuentas mientras vamos caminando que si no, no acabaremos el trabajo…., dime ¿cómo una ratona tiene tantos años como dice, y se mantiene tan joven como parece?
Los dos ratones, se encaminaron encaramados a tapias y tejados hasta llegar a la Calle de la Iglesia. Al llegar allí, bajaron por un canalón para refugiarse a la sombra del campanario. En el tejado de la iglesia, había un nido de cigüeñas, y aunque seguramente estarían dormidas, no quisieron arriesgarse a servirles de cena.
Caminaron dos manzanas más y unos minutos después, llegaron a casa del niño que buscaba Pérez.
- Espérame aquí- le dijo a Lola.
- Ni hablar, yo te acompaño, no me lo perdería por nada del mundo.
A Pérez, no le quedó más remedio que aceptar la compañía de la ratona ya que le había ayudado a llegar hasta allí.
Con mucho sigilo, llegaron hasta la ventana donde estaba la habitación del niño. Afortunadamente estaba abierta. Los ratones, se colaron en el interior de la casa y escucharon la respiración del niño. Se ocultaron unos segundos tras las cortinas, para asegurarse que no había nadie cerca.
Lola se quedó atontada mirando la carita del niño dormido, nunca había estado tan cerca de un humano. Pensó que era imposible que una personita que dormía tan plácidamente, pudiera tener intención de hacerla daño. – Mamá debía estar confundida cuando me hablaba del peligro de los humanos-, pensó Lola.
- Vamos, es hora de irnos- la azuzó Pérez sacándola de sus pensamientos.
Salieron de la casa con mucho cuidadito para no despertar al niño y juntos, regresaron a la casa de Lola, quien bombardeaba a Pérez con sus preguntas durante todo el camino. –Pero, no lo entiendo- decía ella, -¿cómo puedes estar en tantos sitios a la vez?
Y él se zafaba una y otra vez de sus preguntas interesándose por la vida que hacía ella. Finalmente llegaron a la casa de Lola, y ella se ofreció a darle algo de cenar, pero el ratón, aun tenía que visitar muchas casas en otros lugares antes de que se hiciese de día, por lo que prometió visitarla cuando volviese a su pueblo.
Lola se quedó muy pensativa, ella también quería hacer felices a los niños, pero ¿Qué podía hacer una simple ratona?
Con esas ideas, se metió en la cama y no se durmió hasta muy tarde, mirando la enorme luna que se asomaba entre las nubes.
* * *
Lola, se había dormido tan tarde, que cuando le llegaron las voces desde la casa, pensó que estaba soñando. Se frotó con fuerza los ojos, y las orejas, pero no, no estaba soñando, todos estaban ya en marcha.
Se levantó de la cama y salió corriendo para meterse por el tubo que llegaba hasta la pared de la cocina. A los electricistas se les había olvidado taparlo, y ella lo usaba como pasadizo secreto para poder espiar lo que ocurría en la casa.
Durante todo el día, siguió a la familia por la casa. En un rato, Lola fue corriendo a la escuela, allí estarían todos los niños del pueblo, y si a alguno se le había caído un diente, seguro que allí se enteraría.
Entonces oyó hablar a la maestra preocupada, no era porque a Luisito, el hijo del panadero, se le hubiera caído un diente en el recreo, sino porque muchos niños habían faltado a clase desde hacía días por estar malitos.
Lola esperaría en el tejado, hasta ver llegar a Pérez, le acompañaría a la casa de Luisito, la panadería era un lugar peligroso. Como siempre había migas de pan para llevarse a la boca, todos los ratones de la zona acudían por allí y a veces se peleaban, además, también estaba Mac, el gato del panadero, especialmente entrenado para cazar a los ratones que asomasen por allí el hocico…
Así también podría enterarse, de por qué había tantos niños enfermos. Absorta en sus pensamientos, llego de nuevo a la casa y decidió seguir a los nuevos inquilinos hasta que llegase la noche. Aun quedaba mucho rato hasta que Pérez asomase sus bigotes por ahí.
- Era fantástico tener gente de nuevo a todos en casa.- se dijo lola, de nuevo tendría pedacitos de comida de todas clases que llevarse a la boca. Además las personas, solían tener muchísimos objetos interesantes que los ratones, podían aprovechas. Un pequeño dedal, es del tamaño ideal para hacer un taburete de ratón, con una caja de cartón, vale para construir una habitación enterita, y con un trapo viejo, hacerse ropa para todo el invierno…
A la hora de la cena, mientras la mamá llevaba a su hijo a la camita, Lola escuchó al niño quejarse, también estaba enfermito. –Esto empieza a ser preocupante- se dijo. Desde su escondrijo, vio algo que brillaba bajo el sofá. No pudo reprimir su curiosidad y se acercó con mucho cuidadito, pues el hombre de la casa estaba sentado en él. Con mucho cuidadito, bajó hasta el objeto y pronto se percató, de que era una moneda.-¡Ala!- pensó. –Una moneda, me la quedaré y se la daré a Pérez esta noche. Seguro que hará feliz a algún niño y seguramente si está aquí debajo, nadie la echará en falta.
Con la moneda, y los restos de una salchicha que se habían dejado en un plato, regreso rápidamente al desván y desde allí, se asomó por una rendija muy pequeña que había en la madera del techo de la habitación donde dormía el niño de la casa, a dar cuenta de su cena. En ella, había muy poca luz y casi no podía verles, pero se quedó ensimismada escuchando el cuento que le estaba contando al niño su mamá. Era la Cenicienta, le encantaba esa historia, pasaron los minutos y cuando la mamá llegó a la parte, donde sonaban las campanadas, imitando el sonido del reloj…- tan- tan- tan… se dio cuenta de su despiste.
-¡Madre mía!- pensó, -debo subir corriendo al tejado o no veré a Pérez cuando llegue-. Lola, se sacudió las migas de pan que tenía pegadas al vestido, y recogió la moneda que había encontrado en la casa, guardándosela en una bolsa de cuero que se echó al hombro.
En cuanto asomó el hocico al tejado, vio a lo lejos una sombra que pasaba como una exhalación por la tapia y sin perder ni un minuto, salió tras ella. Tenía que alcanzarle antes de que llegase a la panadería para que no tuviese problemas con Mac, el gato del panadero.
-Pérez- le gritó cuando estaba más cerca- espérame.
-Hola chica- le dijo el ratón. –Qué sorpresa, pero hoy no tengo tiempo de pararme a charlar contigo, tengo que hacer dos encargos en este pueblo.
- ¿Dos?- le preguntó ella. –Solo sabía que había perdido un diente el niño del panadero.
- Vaya, veo que estás bien informada, pero solo en parte. Su prima que está pasando unos días con él, tenía otro diente a punto de caerse, y mientras cenaban, se le ha caído el suyo también. ¡Es una enorme tragedia!
-Pero porqué, así harás dos encargos en un solo viaje.
-Ese es el problema: no–traigo-dos-monedas, dijo Pérez apretando el paso.- Así que tengo que regresar a buscar otra.
-Espera- le detuvo Lola.
-¿Pero no has oído que tengo mucha prisa?
-Si, pero yo puedo ayudarte, mira- le dijo enseñándole la moneda que llevaba en su bolsa.
-¿Es autentica?- Dijo Pérez mordiéndola con sus prominentes incisivos.
-Te lo aseguro, la encontré en la casa, tirada bajo el sofá. Si quieres, podemos dejarla bajo la almohada de la prima de Luisito.
- Me ahorraría mucho trabajo, pero, ¿tu qué quieres a cambio?
- De momento, solo que me dejes ser tu ayudante- ahora estate atento, estamos llegando a la casa del panadero y tendremos que tener mucho cuidado, la casa siempre…
-Alto ahí-
Lola y Pérez se pararon en seco asustados. Una enorme y maloliente rata había saltado desde la oscuridad y les impedía el paso blandiendo un palo en sus manos.
- ¡Quítate del medio, estúpida rata, tenemos trabajo que hacer!- dijo Lola intentando que no se notase el miedo que le daba la rata, pensaba que podrían toparse con Mac, pero ¿qué demonios hacia ahí ese bicho?
- Ah si- dijo la rata- ¿Y quién me va a apartar, tu o tu amiguito?
- Yo y mi amiguito- dijo Lola sacando un cuchillo curvo de entre sus ropas.
Pérez, que no había visto el puñal y pensó que se refería a él balbuceo unas palabras que nadie entendió. Él era poco amigo de peleas y nunca había tenido que enfrentarse a semejantes animales. Lola le dio un codazo en los riñones para que se callase, mientras mantenía su mirada desafiando a la rata.
La alimaña, empezó a reírse de forma estruendosa, ladeando la cabeza. -¿Habéis oído chicos?, esta dama y su amigo tienen ganas de pelea.
Lola y Pérez, se percataron entonces de que estaban rodeados de unos puntitos rojos que brillaban en la oscuridad, y cada par de puntos, correspondían a otras tantas ratas.
Lola, lanzó en un golpe seco su puñal hacía el frente para distraer a las ratas, mientras cogía la mano de Pérez saliendo en loca carrera en la misma dirección, que las ratas habían dejado libre instintivamente.
-Corre, corre- gritó.
Los ratones salieron como locos dejando atrás a las ratas hasta alcanzar un agujero semi oculto que había tras un montón de harina y que les llevó directamente al interior de la casa del panadero.
-¡Achisss, achisss!-, estornudó Pérez por culpa del polvillo de la harina.
Lola se reía delante de él. –Si no fuera por la cara de susto, diría que pareces un fantasma.
- Te perdono porque me has salvado la vida. Gracias Lola- le dijo el ratón sacudiéndose la ropa. – Has sido muy valiente, mereces ser tu quien le entregue las monedas a los niños.
Lola cogió la moneda que le ofrecía su amigo, y con gran sigilo, en la casa. Pero ambos se quedaron sorprendidos al ver que en la habitación donde dormían los pequeños había luz, y la mamá de Lusito, estaba en una silla con cara de preocupación. Los niños no tenían buena cara y ella les empapaba la frente con un trapo húmedo.
- ¡Oh no!- Siseo Pérez, -aquí también han llegado las fiebres.
-¿Qué quieres decir?- le preguntó Lola.
-En el pueblo de al lado ha pasado lo mismo, hay muchos niños malitos y nadie sabe qué hacer, es horrible.
- Las fiebres- se dijo Lola, y se acordó de lo que había oído a la maestra del colegio esa mañana. Entonces, le vino a la mente que hacía muchos años, había oído cosas sobre ellas. Su madre le habló de la epidemia que había asolado el pueblo, y que solo los Gnomos que vivían en el bosque cercano habían dado con la cura.
- Vamos Pérez, dejemos las monedas y salgamos al bosque, hoy tenemos trabajo extra.
Los ratones, dejaron con mucho cuidado una moneda debajo de la almohada de cada uno. Y salieron muy atentos para no cruzarse de nuevo con las ratas
-Vamos- dijo Lola, -iremos por los tejados hasta llegar a la calle de la Iglesia, saltaremos la tapia y nos encaminaremos directos al bosque...
- Está bien, yo te sigo.
Los ratones salieron sigilosamente a la calle. Había una luna preciosa, y su silueta se dibujaba contra el horizonte. No dijeron ni media palabra más hasta haber atravesado la zona de peligro, por el momento, ya que en el bosque, les acechaban otros bien distintos, pero la salud de los niños de toda la zona estaba en juego y tenían que encontrar a Holsen, el gnomo doctor, para que les preparase una marmita de pócima que curase las fiebres de los niños.
-Has sido muy valiente enfrentándote a las ratas- le dijo Pérez para quitarse el miedo del cuerpo que le daba andar por el bosque a oscuras.
-No ha sido nada- dijo ella sin darle importancia. –La verdad es que cuando vi a todas las ratas rodeándome me dio un poco de miedo, pero, sabía que no me pasaría nada aunque cayese en las sucias manos de esos asquerosos roedores.
-¿Por qué estás tan segura?
- No lo sé muy bien, pero una vez, que me hice un corte horrible en la cola y pensé que iba a morir, mi madre me dijo que no me preocupase, porque gracias a una poción mágica de los gnomos, tendría al menos, tantas vidas como los gatos.
-¡Eso es un cuento chino!- replicó Pérez incrédulo-, ¿acaso esos gnomos son magos?
- Creo que no, pero saben muchos remedios que fabrican con plantas y raíces, y por accidente, yo caí en una marmita donde estaba haciendo un remedio para curar una extraña enfermedad. Era muy pequeña, yo no lo recuerdo, pero mis padres, que afortunadamente tuvieron tiempo de salvarme, me aseguraron que desde entonces, nunca más estuve enferma, y todas las heridas que me hago, se curan solas como por arte de magia.
-¿Me tomas el pelo?
-Te lo demostraré.
Lola, cogió el cuchillo con el que había amenazado a las ratas y se hizo un corte en un dedo.
-¿Pero qué haces, loca?
-Mira- dijo ella acercando su mano a la vista del ratón. Entonces, la herida, empezó a cerrarse ella sola hasta que no quedó ni rastro del corte.
-¡Guau!- exclamo Pérez.
-Ahora que conoces mi secreto, debemos apresurarnos, o se hará de día y nunca encontraremos a Holsen.
Pronto encontraron la primera seta del poblado gnomo, estaba bajo el puente de madera, oculta por unas flores de lavanda. En su interior había luz. Lola se adelantó, y golpeo en la puerta con los nudillos la contraseña: tres toques seguidos y dos roces con las uñas.
Enseguida, la mujer de Holsen abrió la puerta sorprendida de ver a los ratones: -Lola querida- la abrazó al momento. -¿Qué te trae por aquí, está todo bien?
-Hola Maud, no, no está bien, las fiebres han vuelto, necesitamos de vuestra poción.
-Está bien, entrar, Holsen está en el bosque, recogiendo hierbas, pero creo que os podré conseguir algo.
Maud, se puso a trastear entre los cientos de botellitas que cubrían las estanterías que había por todas partes, hasta encontrar una de color verde intenso. Se la entregó a Lola y le dijo: -¿recuerdas cómo debes aplicarla?
En ese momento, Lola lo recordó claramente como había visto hacerlo a su madre. –Si, antes del amanecer, tenemos que aplicarlo en la frente de los niños, con las patitas muy frías y limpias, en pequeños toquecitos.
-Eso es, y debes decir las palabras mágicas, están escritas en la botella.
-Gracias Maud- la abrazó Lola. –Vamos Pérez, ahora te toca ayudarme a mí.
Los ratones salieron a toda velocidad en dirección al pueblo, la mayoría de las casas, tenían alguna luz encendida, seguro que eso significaba que había muchos niños enfermos.
Pérez, se ocupaba de armar escándalo en cada una de ellas, para que Lola pudiese estar unos segundos a solas con los niños, a cada uno de los cuales, Lola aplicaba la pócima diciendo las palabras mágicas:
Fiebres maldita, volad a la marmita
Patitas de ratón, moveros como un tambor
Caléndula, lavanda, tomillo y romero
Fiebres malditas, os digo adiós con mis patitas
Y así fueron recorriendo todas las casas del pueblo y las de la Villa vecina, hasta sanar a todos los niños. Por la mañana, estaban agotados, pero muy felices, con su valentía y la sabiduría de los gnomos del bosque, habían salvado a los hombres de una gran tragedia, y así una vez más, sin saberlo, la naturaleza, los animales y los humanos volvían a estar juntos en el ciclo de la vida.
Por cierto que las ratas, fueron en busca de Lola, buscando venganza, pero esa, es otra historia, así que por el momento: Colorín, colorado, este cuento se ha terminado.